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––¡Quién podría pensar jamás que era una entretenida la que escribió esto!
Y, muy emocionado por sus recuerdos, contempló un rato la escritura de aquella carta, que acabó por
llevarse a los labios.
––Cuando pienso ––prosiguió–– que ha muerto sin que haya podido verla, y que ya no volveré a verla nunca; cuando pienso que ha hecho por mí lo que no hubiera hecho una hermana, no me perdono haberla dejado morir así. ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Pensando en mí, escribiendo y pronunciando mi nombre! ¡Pobre Marguerite querida!
Y Armand, dando rienda suelta a sus pensamientos y a sus lágrimas, me tendía la mano y continuaba:
––Quien me viera lamentarme así por una muerta semejante me tomaría por un niño, pero es que nadie sabe cuánto he hecho sufrir a esa mujer, lo cruel que he sido, lo buena y resignada que ha sido ella. Creía que era yo quien tenía que perdonarla, y hoy me veo indigno del perdón que ella me otorga. ¡Oh, daría diez años de mi vida por poder llorar una hora a sus pies!
Siempre es difícil consolar un dolor que no se conoce, y sin embargo sentía tan viva simpatía por aquel joven, me confiaba con tal franqueza su pena, que creí que mis palabras no le resultarían indiferentes y le dije:
¿No tiene usted parientes o amigos? Tenga confianza, vaya a verlos, y ellos lo consolarán, pues yo no puedo hacer más que compadecerlo.
Es natural ––dijo, levantándose y paseándose a grandes pasos por mi habitación––, estoy aburriéndolo. Perdóneme, no me daba cuenta de que mi dolor le importa poco y de que estoy importunándolo con una cosa que ni puede ni debe interesarle nada.
No ha interpretado usted bien mis palabras. Estoy totalmente a su disposición; sólo que siento mi incapacidad para calmar su pena. Si mi compañía y la de mis amigos pueden distraerlo; en fin, si me necesita usted para lo que sea, quiero que sepa que tendré un gran placer en poder serle grato.
Perdón, perdón me dijo––, el dolor exacerba las emocio nes. Deje que me quede unos minutos más, el tiempo justo de secarme los ojos, para que los mirones de la calle no se queden mirando como una curiosidad a este mocetón que llora. Acaba usted de hacerme muy feliz dándome este libro; nunca sabré cómo agradecerle lo que le debo.