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Obra de modo que no se considere libre de rivales; el amor dura poco si le quitas el miedo del peligro. Note en tu lecho los vestigios de otro afortunado, y en las lívidas manchas de tu cuello señales de sus lascivas caricias, y vea, sobre todo, los presentes que otro te envió; si nada te ofreciese, pídele los objetos que se venden en la vía Sacra, y después que te hayas sacado cuanto te proponías, aparentando no querer despojarle por completo, ruégale que te preste lo que nunca le has de volver. Que la lengua te ayude a celar tus designios; arruínale con tus mimosos halagos; en la dulce miel se oculta el mortífero veneno. Si sigues estos consejos, fruto de larga experiencia, y no dejas que el viento se lleve mis palabras, exclamarás muchas veces «vive feliz» y rogarás otras tantas que después de muerta descansen tranquilos mis huesos.» Aun seguía el discurso, cuando mi sombra me traicionó y apenas pude evitar que mis manos no le arrancaran sus escasos y blancos cabellos, sus ojos que lagrimeaban con el vino y sus mejillas surcadas por las arrugas. Que los dioses te nieguen el refugio de un hogar en tu vejez miserable, y te castiguen con un invierno sin fin y una sed eterna.
IX
Todo amante es soldado, Cupido tiene sus reales; créeme, Ático, todo amante es soldado. La edad apta para la guerra es la que conviene a Venus. Vergüenza al soldado viejo, vergüenza al amor senil. Los años que requiere un jefe en el vigoroso recluta son los que exige una linda joven al compañero de su lecho. Los dos son vigilantes, los dos descansan a menudo en tierra; el uno guarda las puertas de su dueño, el otro la tienda de su general. El que cursa la milicia ha de emprender marchas penosas; el amante resuelto, si dispone un viaje su ídolo, le seguirá hasta el fin del mundo, franqueará los montes contrapuestos, los torrentes engrosados por la lluvia y los peligrosos ventisqueros, y teniendo que navegar no le arredrará el Euro desencadenado, ni aguardará que las estrellas le indiquen el momento propicio a la navegación.