Discurso sobre economía política (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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fraude ni abuso en su manejo; el Estado no se verá nunca sobrecargado de deudas ni el pueblo agobiado por los impuestos, o bien, al menos, la seguridad de su empleo compensará la dureza de la tasa. Pero las cosas no pueden marchar así, y por limitado que sea un Estado, la sociedad civil será siempre demasiado numerosa como para poder ser gobernada por todos sus miembros.15Los dineros públicos deben pasar necesariamente por las manos de los jefes, los cuales, aparte del interés del Estado, tienen el suyo particular, que no es el último en ser atendido. En cuanto al pueblo, que antes percibe la avidez de los jefes y de sus imprudentes gastos que las necesidades públicas, murmura por verse desposeído de lo necesario en beneficio de lo superfluo ajeno y cuando tales maniobras colman su enojo, ni la más íntegra administración logra restablecer la confianza. Así pues, si las contribuciones son voluntarias no producen nada y si son obligatorias, son ilegítimas, y en esta cruel alternativa entre dejar que el Estado perezca o tocar el sagrado derecho de propiedad consiste la dificultad de una justa y sabia economía.
Tras la promulgación de las leyes, la primera tarea del fundador de la república, consiste en encontrar fondos suficientes para el mantenimiento de los magistrados y demás oficiales, así como para todos los gastos públicos. Dichos fondos reciben el nombre de aerarium o fisco si es dinero, y dominio público si son tierras, siendo este último preferible al primero por razones evidentes. Quien reflexione suficientemente sobre esta materia no podrá opinar de forma distinta a la de Bodino, que considera al dominio público como el instrumento más honesto y seguro para atender las necesidades del Estado. Observemos que cuando Rómulo dividió las tierras, lo primero que hizo fue destinar un tercio para tal uso. Reconozco la posibilidad de que un dominio mal administrado termine por no producir nada, pero no es de la esencia del dominio el ser mal administrado.
Antes de utilizarlo, el fondo debe ser asignado o aceptado por la asamblea del pueblo16 de los Estados del país, que a continuación determinarán su uso. Mediante tal solemnidad, que convierte a los fondos en inalienables, estos cambian, por así decir, de naturaleza, y sus rentas son entonces tan sagradas que la menor desviación constituye no sólo el más infame de los robos sino también un crimen de lesa majestad.

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