El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

Página 41 de 298

Pagábale, en verdad, el leal Brabonel con usura su marcada afición, y conocíase esto más que en nada en no querer recibir el alimento sino de la propia mano del laborioso montero. Sólo se le conocía a Hernando un flaco, que contrapesaba casi siempre con ventaja el cariño que a su perro tenía, a saber, la fidelidad a su amo, único hombre a quien manifestaba respeto y deferencia, y para quien moderaba y suavizaba la condición agreste que en los bosques se había formado con no poco perjuicio de sus adelantos e intereses, pues solía responder a un cumplimiento con palabras tan duras y ofensivas como la ballesta que en la diestra llevaba las más horas del día, en muestra de su pasión montaraz. Con esta pequeña digresión, que en vista de su importancia nos perdonarán fácilmente nuestros lectores, estarán más éstos dispuestos a interpretar la técnica jerigonza con que entreveraba los más de sus discursos y conversaciones.
La pregunta que acababa Hernando de dar por respuesta al taciturno caballero, no tardó en obtener una contestación aclaratoria de la situación del espíritu de aquel a quien se dirigía.
-Nunca, Hernando, nunca -repuso el atribulado señor-, nunca encontrará el reposo entrada en mis párpados desvelados. Mañana al lucir el día partiremos de nuevo para Calatrava, si esta noche, como lo espero, queda concluida la comisión que a Madrid nos ha traído ¡Si tú supieras cuánto me pesa la atmósfera en la inmediación de!...
Al llegar aquí detuvo la lengua el caballero como si hubiera temido haber dicho ya demasiado con respecto al secreto que tanto en su corazón pesaba.
-¿Y hemos de seguir atados a la traílla del conde? Por el soto de Manzanares te aseguro que no comprendo cómo un caballero que ha seguido siempre el sonido de la bocina del buen rey Enrique puede vivir contento andando al monte del nigromante de...
-Silencio, Hernando; haces mal en ofender al conde de Cangas con esas voces que el vulgo ha adoptado tal vez con sobrada ligereza. Verdad es que soy doncel de Su Alteza; empero aceptando el encargo del conde, aprovechaba el único medio que a la sazón tenía para desembarazarme de la confusión de la Corte, que aborrezco.

Página 41 de 298
 

Paginas:
Grupo de Paginas:               

Compartir:




Diccionario: