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-Tengo que coger mi trasto -dijo.
Marco alargó una mano y le acarició la pantorrilla.
-Podemos...
-No dijo ella-. Tengo que hacerlo. He de ser prudente. ¡Prudente!
Fue tambaleándose hacia su bolsa de viaje, tiró de la cremallera y hurgó en
el interior. Sacó algo de la bolsa. Era una cajita de plástico negro mate, una casette.
No se acordaba de ella. Todos los objetos que había dentro de la bolsa le parecían más o menos familiares, pero la casete no.
-¿Qué es esto?
-Parece una cinta -dijo Marco con voz tranquila.
Tabitha le miró sosteniendo la cinta entre sus dedos.
-No recuerdo haberla metido en la bolsa.
Marco volvió a sonreír.
-No creo que estés en condiciones de recordar muchas cosas, ¿verdad, cariño?
-Pero es que no recuerdo haberla visto en mi vida -dijo Tabitha con mucha solemnidad.
Marco se puso en pie, le dio la espalda y cruzó velozmente la habitación para ordenar las revistas amontonadas encima de un estante.
-Debe ser una de esas cosas raras que vas recogiendo en tus viajes. - dijo- Oye, ¿por qué no coges tu disruptor antes de que olvides qué aspecto tiene?
Tenía razón. Sí, tenía toda la razón. Marco Metz era un auténtico milagro hecho carne. Tabitha dejó la cinta sobre la mesa.
-Cuarto de baño dijo.
-Segunda puerta a la izquierda.
Tabitha avanzó lentamente por el pasillo. La música la siguió hasta el interior del cuarto de baño. Había espejos por todas partes.
Se sentó, clavó los ojos en su reflejo e intentó poner una expresión lo más seria posible. "Estás rompiendo las reglas, ¿eh, Tabitha?", se dijo, y no le quedó más remedio que admitirlo. Pero no le importaba. Marco era tan increíblemente apuesto... Podía pasar la noche en un piso precioso, tenía un hombre magnífico con el que acostarse y por la mañana Marco pagaría su multa. Ah, sí, y compraría un cristal nuevo para la Alice.
Pero las reglas eran las reglas. Tabitha nunca iniciaba una relación con nadie -especialmente con un hombre-, salvo si era ella quien dictaba los términos de la relación. Nunca pasaba la noche en la casa de otra persona sin echar un vistazo antes, y nunca se ponía en manos de otra persona - especialmente en las de un hombre-, cuando había bebido o tomado drogas.