Cuesta abajo (Leopoldo Alas Clarín) Libros Clásicos

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Todo lo demás es subjetivismo, afeminamiento, impresionabilidad excesiva y otra por­ción de sustantivos más o menos clásicos.
Pero cuando yo tenía diez y siete años no veía las cosas como ahora; así es que aquella tarde, para saciar el ansia poética que siguió a mis ataques de nervios, busqué un autor de los que más me conmovie­ran, de los que mejor me hablasen de las cosas de más adentro. Llegué a mi cuarto. Sobre la mesa de noche se destacó, como imponiéndose a mi atención y a mi voluntad, el volumen lindo, pequeño, que parecía un extracto de ideas y emociones, el libro familiar de aquella tempora-da: Leopardi. No dudé. La acción siguió al impulso: tomé el libro. Co­mo con una presa, huí a lo más escondido de la huerta, a una gruta ar­tificial, fresca, nemorosa, hecha por nosotros mismos con laurel en un socavón de una muralla antigua. ¿Por qué más que nunca entonces ne­cesitaba mi alma al poeta triste? ¿No estaba yo alegre, no creía firme­mente en tales instantes en las armonías del mundo? Por lo mismo, por la comezón irresistible del contraste, por la curiosidad peligrosa de po­nerme a prueba, quería leer aquello. Además, disparatadamente, como si el libro no fuera cosa muerta, constante por su misma inercia en el dolor de que hablaba, yo iba a leer con la esperanza absurda... de in­fluir en Leopardi aquella tarde en vez de dejarme entristecer por él. ¡Era tanta mi alegría íntima, tan sólidos creía yo los cimientos de mi dulce optimismo! -A ver quién vence a quién: a ver si él me comunica, como siempre, su congoja, o si yo infiltro en estas hojas frías el espíritu de amor y fe que me inunda. «Consolemos al triste.» Del absurdo nun-ca pudo salir nada bueno-. Por casualidad, lo primero con que trope­zaron mis ojos fue con El sábado de la aldea, que es uno de los más su­blimes cantos a la esperanza, pero a la esperanza sola, que ha inspirado a ser humano la decepción eterna. Aquella impresión agridulce aún no enfrió mi celo de catequista. En seguida llegué, a saltos, a la famosa poesía en que Leopardi habla del renacimiento de la ilusión.

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