Página 7 de 56
¡Oh, honor, fiero basilisco,
que, si a ti mismo te miras,
te das la muerte a ti mismo!
De una parte enamorado,
y de otra arrepentido,
cuanto su hermosura amaba
tanto aborrecía su estilo.
Y así, por lograr aquélla
sin este temor, previno
mi ingenio, con las disculpas
de ser de familias hijo,
dar largas a sus deseos,
hasta que, habiendo caído
ella en que las dilaciones
eran supuesto artificio,
mañosamente me dio
a entender que había creído
la ocasión, sin que pudiese,
ni aun en el menor desvío,
conocer jamás que estaba
doble su intención conmigo.
Tenía un hermano fuera
de Zaragoza, bandido,
porque con alevosía
había muerto a un hombre rico.
Este, pues, llamado de ella,
desde las montañas vino;
y teniéndole en su casa
secretamente escondido,
le dio cuenta del estado
de su honor. El, ofendido,
para sus intentos trajo
dos camaradas consigo.
Yo, con la seguridad
que otras noches había ido
a verla, fui aquella noche,
y apenas sus cuadras piso
cuando de los tres me veo
traidoramente embestido,
tan a un tiempo que tres puntas
con sólo un reparo libro;
y calando una pistola
de que ellos por el rüido
no debieron de valerse,
di...
Ruido dentro
UNOS: ¡Al valle!
OTROS: ¡Al monte!
TODOS: ¡Al camino!
Sale VICENTE
MENDO: ¿Qué es esto?
VICENTE: ¡Señor!
LOPE HIJO: Di presto.
MENDO: ¿Qué tráeis?
VIOLANTE: ¿Qué ha sucedido?
VICENTE: Que los crïados que huyeron
de aquese lugar vecino
la justicia han convocado,
y en busca nuestra ha salido.
LOPE HIJO: Pues ¡a la montaña!
MENDO: A ella
os retirad. Yo me obligo
a que no os sigan, saliendo
al paso; y de nuevo afirmo
que os cumpliré mi palabra.
LOPE HIJO: Yo os la tomo.
MENDO: Sólo os pido
que alguna prenda me deis,