Luis Pérez el gallego (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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Juan Bautista es quien desea
favores tuyos. Sospecho
que no hay valor en su pecho
para que tu esposo sea.
Esto basta que te diga
por ahora el labio mío,
por no decir que es judío.
Este cuidado me obliga
a salir de Salvatierra;
que no fue en vano el venir
a nuestra quinta a vivir
las entrañas de una sierra.
Y aun aquí no estoy seguro,
pues con aquese crïado
este papel te ha enviado,
por cuya ocasión procuro
darle muerte. Tú llegaste,
colérico declaré
lo que ha tanto que callé;
habértelo dicho baste,
para que haya alguna enmienda
de este amor entre los dos;
porque si no, ¡vive Dios,
que si llego a que él entienda
que este recelo he tenido,
y que no lo he remediado,
que, loco y deseperado,
colérico y atrevido,
le ponga a su casa fuego,
quitando a la Inquisición
ese trabajo.
ISABEL: Bien son
de hombre colérico y ciego
tus razones, pues a mí,
sin prevenir su disculpa,
me haces dueño de la culpa
que no tengo.
LUIS: ¿Cómo así?
ISABEL: Como cualquiera mujer
nace sujeta a los daños
que en lisonjeros engaños
causa nuestro proceder.
LUIS: Dijeras, hermana, bien,
y esa disculpa lo fuera,
cuando el papel no me diera
color e indicio también
de que tú...
ISABEL: Calla; que ha sido
mucho apurar. ¿Qué me quieres,
Luis? Considera que eres
mi hermano, no mi marido.
Y, no siéndolo, si fueras
cuerdo en aquesta ocasión,
cualquiera satisfacción
estimaras y admitieras,
porque es mejor engañarse
quien no puede remediar
el daño que no esperar
a que llegue a declararse
del todo. Yo soy tu hermana,
mis obligaciones sé.
Hoy digo esto, y lo diré
de otra manera mañana.

Vase


LUIS: Dices bien; pues mejor fuera,
con cautela o con engaño,

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