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donde no hay que temer nada,
supuesto que de ampararnos
ha dado aquí la palabra.
ALMIRANTE: Yo la di, y la cumpliré.
ALONSO: Y será fuerza aceptarla;
que es grande el competidor.
ALMIRANTE: Pues ¿cómo el muerto se llama?
ALONSO: Supuesto que es caballero
digno de toda alabanza,
pues siempre se vieron juntos
el valor y la desgracia,
y que no pierde, en nombrarle,
su nombre, honor, lustre y fama,
es don Diego de Alvarado.
LEONOR: ¡Ay de mí! ¡El cielo me valga!
¡Aleve! ¿A mi hermano has muerto?
ALMIRANTE: ¡Traidor! ¿Mi sobrino matas?
LUIS: ¡Cuerpo de Cristo conmigo,
pues esto ahora nos falta!
Ahora bien, por sí o por no,
volveré a tomar la espada.
Toma la espada
ALONSO: Vuecelencia se detenga,
señor, y mire que agravia
en un rendido su acero
si con mi sangre le mancha.
Yo di cuerpo a cuerpo muerte
a don Diego en la campaña,
sin traición ni alevosía,
sin engaño y sin ventaja.
Pues ¿de qué quiere vengarse?
Fuera de esto, ¿la palabra
de vuecelencia, señor,
cuándo en ningún tiempo falta?
LUIS: Y si no ¡viven los cielos,
que, si esgrimo la hojarasca
y viene Portugal junto,
de oponerme a la demanda!
ALMIRANTE: (¡Válgame Dios! ¿Qué he de hacer Aparte
en confusión tan extraña?
Aquí me llama mi honor,
y allí mi sangre me llama.
Pero partamos la duda.)
Don Alonso, mi palabra
es ley que se escribe en bronce;
dila, y no puedo negarla.
Mas mi venganza también
es ley que en mármol se graba.
Y por cumplir de una vez
mi palabra y mi venganza,
todo el tiempo que estuvieres
en mi tierra, está guardada
tu persona; pero advierte
que, al salir de ella, te aguarda
la muerte; que, si ofrecí
defenderte hoy en mi casa,
en mi casa te defiendo;