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MANUEL: El llamar no es de importancia,
si no queréis que os respondan
crïados que en vuestra casa
os sirvieron otra vez.
JUEZ: ¿Así mi poder se trata?
¿Así el respeto se pierde
a la justicia?
LUIS: ¿Quién guarda
más su respeto que yo,
supuesto, señor, que en nada
os ofendo, antes os sirvo
con puntualidades tantas
que, porque vos no os canséis
buscándome en partes varias,
vengo a buscaros?
JUEZ: ¿Así
os pone vuestra arrogancia
delante de la señora
que es la parte a quien agravia
la traición que ha derramado
la sangre que la venganza
está pidiendo a los cielos,
con lengua que finge el nácar
de estas flores, que han vivido
desde entonces con dos almas?
LUIS: Antes con esto la obligo,
pues que la quito la causa
de un rencor tan indignado
a su sangre ilustre y clara,
por haber crédito dado
a un testigo que la engaña.
O si no, decid, señora,
si cuerpo a cuerpo matara
don Alonso a vuestro hermano,
sin traición y sin ventaja,
¿siguiérades rigurosa
el castigo y la venganza?
LEONOR: No; porque, aunque a las mujeres
las leyes les son negadas
de los duelos de los hombres,
las que mi valor alcanzan
saben las obligaciones
que se debe a una desgracia.
Si en igual campo a don Diego
hubiera muerto, en mi casa
estuviera don Alonso
seguro de mi venganza.
Yo misma--¡viven los cielos!--
la amparara y perdonara,
a ser noble su desdicha.
LUIS: Pues yo tomo esa palabra;
y, pues la ley del derecho
nadie la ignora, asentada
ley es que se ratifique
el testigo o que no valga.--
Éste, Bautista, es tu dicho.
Hele leído, y declara
lo que es verdad y mentira.
Dale a JUAN Bautista el papel
LEONOR: (¡Determinación bizarra!) Aparte
LUIS: Primeramente tú aquí