La caja de cartón (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Pero una noche se me abrieron los ojos. Había vuelto del barco y me encontré con que mi esposa había salido y en casa sólo estaba Sarah. Dónde está Mary», le pregunté. Ha ido a pagar unas cuentas.» Yo iba y venía por la habitación impaciente. Jim, ¿es que no puedes ser feliz sin Mary ni siquiera cinco minutos?», me dijo ella. No es ningún halago para mí que no te contentes con mi compañía por tan poco tiempo.» Llevas razón, muchacha», le dije yo, tendiéndole la mano de manera afectuosa. Inmediatamente ella la cogió entre las suyas, que ardían como si tuviese fiebre. La miré a los ojos y lo leí todo en ellos. No le hacía falta hablar, ni a mí tampoco. Fruncí el ceño y retiré la mano. Durante un rato ella permaneció junto a mí en silencio, luego levantó la mano y me dio unas palmaditas en el hombro.
¡Cálmate, Jim!», me dijo, y salió corriendo de la habitación con una especie de risa burlona.
Pues bien, desde entonces Sarah me odió con todo su corazón y toda su alma, y es mujer que sabe odiar. Fui un tonto -un redomado tonto- permitiendo que se quedara con nosotros, pero no le dije a Mary ni una palabra, pues sabía que eso la apenaría. Las cosas siguieron igual, pero al cabo de un tiempo empecé a notar un ligero cambio en la propia Mary. Siempre había sido muy confiada e inocente, pero ahora se volvió rara y suspicaz, queriendo saber dónde había estado yo y qué había hecho, a quién escribía, qué llevaba en los bolsillos, y otras mil insensateces por el estilo. Día a día se volvía más rara y más irritable, y tuvimos incesantes riñas por nada. Todo aquello me tenía bastante desconcertado. Sarah me evitaba, aunque ella y Mary eran inseparables. Ahora me doy cuenta de que estaba intrigando, tramando y envenenando la mente de mi esposa en contra de mí; pero yo estaba tan ciego entonces que no podía entenderlo. Entonces rompí mi cinta azul y empecé a beber de nuevo, pero creo que no habría actuado así si Mary hubiese sido la misma de siempre. Ahora tenía algún motivo para estar disgustada conmigo, y la brecha entre nosotros empezó a ensancharse cada vez más. Fue entonces cuando se inmiscuyó ese tal Alec Fairbairn y las cosas se volvieron mucho más aciagas.

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