Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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Seguí en este viaje otro camino que el que había andado antes, pues
me acuerdo que atravesé un gran bosque de mirtos y otro de terebintos que
acababa en una vasta selva de olivos, donde me esperaba el rey Palomo
rodeado por toda su corte.
Tan pronto como reparó en mí, mandó que me ayudasen a bajar. En
seguida dos águilas de la guardia me tendieron sus patas y me llevaron
hasta donde su príncipe estaba.
Por respeto quise yo abrazar y besar los diminutos espolones de su
majestad; pero él se retiró. «Yo os pregunto si conocéis a este pájaro»,
dijo.
Y en haciéndome esta pregunta me mostró un papagayo que se puso a
pavonear y batir las alas en cuanto notó que yo le contemplaba: «Pues me
parece -dije yo al rey- que le he visto en alguna parte; pero el miedo y
la alegría de tal modo turban mis recuerdos, que no puedo todavía fijar
con claridad en dónde le he visto».
Al oír estas palabras el papagayo vino a abrazarme el rostro con sus
dos alas y me dijo: «¡Cómo! ¿Ya no conocéis a César, el papagayo de
vuestra prima, por el cual tantas veces habéis dicho que los pájaros
tienen entendimiento? Yo soy el que hace un momento, durante vuestro
proceso, he querido declarar a la asamblea los motivos de agradecimiento
que a vos me obligan; pero el dolor de veros ahora en tan gran peligro me
ha hecho caer desmayado». Sus razones acabaron de abrirme los ojos, y
habiéndole reconocido le abracé y le besé; él también me abrazó y me besó.
«¿Entonces -le dije yo- eres tú, mi pobre César, el papagayo a quién yo
abrí la jaula para restituirle la libertad, que la tiránica costumbre de
nuestro mundo te había robado?»
El rey puso término a nuestras caricias y me habló de esta manera:

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