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Ella es capaz de cualquier cosa.
Y así lo parecía al entrar en la sala de clase, dispuesta a trabajar, con los pulmones llenos de aire puro, el cerebro estimulado por el buen dormir, un ejercicio saludable, un desayuno sencillo, y una mente muy interesada en la tarea que la esperaba. Cuando ocupó su sitio, las niñas la siguieron con las miradas involuntariamente atraídas por el insólito espectáculo de una mujer, .robusta. Todo en ella parecía tan fresco, armonioso y feliz, que era un placer contemplar el vivo color de sus mejillas, los densos rizos que adornaban su cabeza fogosa, el brillo de sus dientes blancos al hablar, y la mirada despejada y luminosa de sus ojos, tan perspicaces como bondadosos. Pero las miradas más admiradas se fijaban en el jersey azul oscuro, que revelaba las curvas perfectas de sus anchos hombros, su cintura redonda y sus brazos rollizos, sin una arruga que afeara su lisa perfección.
Las jóvenes no tardan en advertir lo que es genuino, respetar lo que es fuerte y amar lo que es hermoso. Por eso, antes de que transcurriera aquel día, la señorita Orne las tenía encantadas a todas, pues pensaban que sería capaz, no sólo de enseñarles sino también de ayudarlas y entretenerlas.
Después que las demás maestras volvieron a sus habitaciones, satisfechas al alejarse del parloteo de media docena de lenguas vivaces, la señorita Orne permaneció en la sala; hizo que las muchachas bailaran hasta cansarse, luego las reunió alrededor de la mesa larga, para que hicieran lo que desearan hasta la hora de la oración. Algunas leyeron novelas; otras hicieron labores o descansaron, y todas se preguntaron qué haría después la maestra nueva.
Seis pares de ojos curiosos se fijaron en ella, que cosía unos extraños pedazos de lienzo, y seis imaginaciones, despiertas intentaron, en vano, adivinar qué eran esos objetos, pues ninguna se atrevía a preguntárselo. Poco después, ella se probaba unos mitones y los contemplaba con satisfacción, diciendo al advertir que Kitty la miraba con interés imposible de dominar
-Estos son mis embellecedores; nunca quiero pasarme sin ellos.
-¿Son para mantener blancas sus manos? -inquirió Maud, quien empleaba mucho tiempo en cuidar las suyas-. Yo me pongo guantes viejos de cabritilla, por la noche, después de pasarme crema.
-Yo me pongo estos durante cinco minutos, por la mañana y por la noche, para frotarme bien después de mojarlos con agua fría.