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Nathaniel o Nat, como le llamaban para abreviar, andaba muy atareado en el conservatorio de música, preparándose para poder marchar a Alemania, donde pensaba pasar un par de años para completar sus estudios. Tommy estudiaba con entusiasmo medicina, y decía que cada día le iba gustando más. Jack estaba en el comercio con su padre, procurando hacerse rico lo antes posible. Dolly, Stuffy y Ned seguían en el colegio estudiando derecho. El pobre Dick había muerto, y Billy también, pero nadie los lloraba, porque en vida habían sido en todo tan desgraciados como lo fueran de cuerpo, pequeños y contrahechos.
A Rob y a Teddy les llamaban «el león y el cordero», porque el último era tan desenfrenado como el rey de los animales y el primero tan manso como una de esas ovejas que no balan nunca. La tía Jo le llamaba "mi hija" y lo consideraba como el muchacho más obediente del mundo, del natural más noble y de maneras delicadísimas. Pero en Ted veía ella reunidas, en una nueva forma, todas las fallas, antojos, aspiraciones y burlas de cuando ella era muchacha. Con sus mechones de cabello tostado, siempre en enmarañada confusión, con sus brazos y piernas enormemente largos, con aquella voz tan ronca .v con su continua movilidad, había llegado Ted a ser una figura prominente en Plumfield. Tenía buenas ocurrencias, talento natural y disposición para el estudio, pero mezclado con gran dosis de orgullo, y su madre, al oírle hablar, en los momentos en que razonaba bien, decía que no sabía lo que llegaría a ser aquel muchacho.
Medio-Brooke había terminado ya sus estudios de colegio con gran lucimiento, y la señora Meg trataba de inclinarlo a que fuera clérigo, hablándole con mucha elocuencia de los sermones que predicaría, así como de la larga, útil y honrada vida que llevaría. Pero John, como ella le llamaba ahora, decía con firmeza que no abriría nunca un libro de teología ni de ninguna clase, porque de libros ya estaba más que harto y reharto, y que lo que deseaba era saber más de lo que sabía de los hombres y del mundo; y para esto, lo mejor y lo que a él más le gustaba era ser periodista; con lo cual la pobre señora quedaba desilusionada y desalentada. Esta determinación de su hijo fue un golpe fatal para la pobre señora, que había acariciado durante muchos años la idea de que su hijo sería ministro del Señor; pero, por otra parte, sabía perfectamente que lo mejor es dejar a los jóvenes con sus inclinaciones y que la experiencia es el mejor maestro, así es que no le volvió a hablar más de este asunto, pero siempre confiaba en que un día lo vería en el púlpito.