Los Muchachos de Jo (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Y Nan murmuró:
-Demasiada excitación cerebral para su edad. -Estoy temiendo que no tendrás más remedio que consentir, Meg. Esta chica es una actriz nata. Tú y yo jamás lo hicimos tan bien cuando representábamos de niñas -dijo tía Jo, arrojando a los pies de la actriz un montón de abigarrados calcetines, a guisa de flores, cuando la vio dejarse caer por tierra con tan elegantes movimientos.
-Es una especie de castigo de Dios, por lo que me gustaban a mí las tablas. Ahora me doy cuenta de lo que experimentaría mamá cuando yo le rogaba que me dejara seguir la carrera del teatro. Tú recuerdas que las tablas eran mi pasión, pero que tuve que abandonar la idea de ser actriz para no disgustar a mamá. Yo no quiero que Josie lo sea, y quién sabe si no tengo que abandonar de nuevo mis esperanzas, mis deseos y mis planes -dijo Meg.
Había tal acento en la voz de su madre, que hizo que John tomara por los hombros a su hermana y le diera un golpecito en la espalda, que equivalía a un "no pienses en hacer esas cosas en público".
Soltó Josie una carcajada, mofándose de su hermano, y tía Jo comentó:
-Los dos formáis una buena pareja de tunantes, pero yo os quiero igual. Pero se necesita una mano fuerte para manejarlos. Josie debería haber sido hija mía, y Rob, tuyo, Meg; así mi casa sería todo paz, y la tuya un loquero. Bueno, ahora debo irme a notificar a Laurie las noticias que tenernos; vente conmigo, Meg, que un paseíto nos vendrá bien.
Y encasquetándose el pajizo de Ted, la tía Jo se marchó con su hermana, dejando a Daisy atendiendo a su bollos, a Ted apaciguando a Josie, y a Tom y Nan dando a sus respectivos pacientes un mal cuarto de hora.
CAPITULO II
EL PARNASO

No habían estado desacertados del todo al dar el nombre de Parnaso al monte donde habían situado la casa, y las musas se hallaban en ella ese día. A medida que iban subiendo los recién llegados, se oían más claramente alegres las voces de los que los saludaban desde arriba. Al pasar por delante de una ventana abierta, vieron la biblioteca, presidida por Clío, Calíope y Urania; Melpómene y salía se entretenían en el salón, donde algunos jóvenes bailaban y recitaban trozos de una función de teatro.

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