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No tiene ni una sola facción hermosa en su rostro, excepto sus bellísimos dientes; sin embargo, me gustó, pues tiene una hermosa cabeza, su camisa estaba impecable y su aspecto es el de un caballero, pese a faltarle dos botones del saco y sobrarle un remiendo en el zapato. A pesar del canturreo parecía más bien triste, hasta que llegándose hasta la ventana dio vuelta hacia el sol los bulbos de jacinto y acarició al gato, que lo recibió como a un viejo amigo. Entonces sonrió, y al oír un golpe en la puerta contestó con voz fuerte y tono animado:
-¡Aquí adentro!...
Ya me estaba por escapar aterrorizada cuando. me veo entrar a un pergeño de criatura que llevaba un enorme libro e, intrigadísima, me detuve otra vez a ver qué pasaba. -Mi quiere mi Baher -dijo el pequeño, arrojando el libro con un golpazo y corriendo al encuentro del profesor.
-Pues lo tendrás a tu Bhaer. Ven y dale un gran abrazo, Tina, chiquita mía -respondió él alzando a la nena mientras, riendo, la levantaba tan alto que ella tuvo que agacharse para besarlo.
-Ahora mi tepe studiar mi lesón -continuó la graciosísima criatura; así que el profesor la instaló en la mesa, abrió el enorme diccionario que ella había traído y le dio un lápiz y un papel. La chiquita empezó a garabatear, dando vuelta de cuando en cuando una hoja y haciendo correr el gordo dedito por la página como si estuviese buscando una palabra, todo con gravedad tal que casi me descubro con una risa, mientras que el señor Baher, parado a su lado, le acariciaba el pelo precioso con una mirada paternal que me hizo pensar que la chica era de él, aunque parecía francesa más bien que alemana.
Otro llamado a la puerta y la aparición de dos señoritas me enviaron de vuelta a mi trabajo, y allí me estuve quieta oyendo todo el ruido y parloteo que continuó en el cuarto de al lado. Una de las muchachas reía con afectación y decía: "¡Vamos, profesor!, con tono de coquetería, y la otra pronunciaba el alemán con un acento que debe de haber sido difícil para el profesor mantenerse serio.
Ambas parecían poner muy a prueba su paciencia, porque oí más de una vez que les decía:
-¡No, no; no es así! No han prestado atención a lo que les decía -y hasta se oyó una vez un fuerte golpe seco como si hubiese dado con el libro sobre la mesa, seguido de la exclamación desesperada de: