Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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El tul era barato en Niza, así que en estas ocasiones Amy se envolvía en él. Se fabricó esa noche una "toilette" encantadora con flores frescas, unas pocas chucherías y toda clase de truquitos delicados, baratos y de buen efecto.
"Quiero que Laurie piense que estoy muy bien y que lo diga en casa -se dijo Amy al ponerse el viejo vestido de baile de Flo, que era de seda blanca, y cubrirlo con una nube de tul de ilusión, del cual emergían muy blancos los hombros y la cabeza rubia, con un efecto realmente artístico. Esta vez tuvo el tino de dejar en paz el pelo después de haberlo recogido simplemente,
Como no tenía adornos finos para esta ocasión importante, Amy le hizo a su vaporosa falda unos frunces con ramitos rosados de azalea. Recordando los zapatos pintados de otrora, contemplaba ahora con satisfacción profunda de muchacha los que tenía, de raso blanco.
"El abanico nuevo hace juego con las flores del vestido y los guantes me ajustan a la perfección. En cuanto a la puntilla hecha a mano del mouchoir de tía, le da mucho cachet a toda mi toilette. ¡Si mi nariz y mi boca fuesen clásicas!... ¡Entonces sí que estaría feliz!", se dijo mirándose para inspeccionar su atuendo con ojo crítico.
Mientras esperaba a Laurie caminó por el salón en todas direcciones y una vez se situó deliberadamente bajo la araña, que daba reflejos especiales a su cabello; luego lo pensó mejor y se fue al otro extremo del salón, como avergonzada de aquel impulso inicial de provocar una primera impresión favorable. Y resultó que no podía haber hecho mejor cosa, porque al entrar Laurie vio la fina figura blanca contra el fondo de cortinas rojas, y eso le hizo tan buen efecto como una estatua bien colocada.
-¡Buenas noches, Diana!... -le dijo Laurie con aquella mirada de satisfacción que a ella le gustaba tanto ver en sus ojos cuando se posaban en ella.
-¡Buenas noches, Apolo! ... -le respondió devolviéndole la sonrisa, porque él también estaba mejor parecido aún que de costumbre. La idea de entrar en el salón de baile del brazo de un joven tan guapo hizo que Amy compadeciera a las cuatro feas señoritas de Davis desde el fondo de su corazón.
-Aquí tienes tus flores, Amy. Las arreglé yo -le dijo Laurie, dándole un delicado ramillete en un "brazalete porta-flores" que ella había codiciado al pasar por la joyería y verlo en la vidriera.

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