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abundantemente impregnadas en llanto, tejido. en general, por aristocráticas manos, envuelve el transfigurado semblante de la reine martyre, de la reina mártir.
Aquí. como en la mayoría de los casos, la verdad psicológica viene a encontrarse entre los dos extremos. María Antonieta no era ni la gran santa del monarquismo, ni la perdida, la grue, de la Revolución. sino un carácter de tipo medio: una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente ni demasiado necia; ni fuego ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien y sin la menor inclinación hacia el mal; el carácter medio de mujer de ayer, de hoy y de mañana; sin afición hacia lo demoníaco ni voluntad de heroísmo, y, por tanto, a primera vista, apenas personaje de tragedia. Pero la Historia, ese gran demiurgo, en modo alguno necesita un carácter heroico como protagonista para edificar un drama emocionante. La tensión trágica no se produce sólo por la desmesurada magnitud de una figura, sino que se da también, en todo tiempo, por la desarmonía entre una criatura humana y su destino. Se presenta dramáticamente cuando un hombre superior, un héroe, un genio, se encuentra en pugna con el mundo que lo rodea, el cual se muestra como demasiado estrecho, demasiado hostil hacia la innata misión a que aquél viene destinado -así, Napoleón ahogándose en el diminuto recinto de Santa Elena. o Beethoven prisionero de su sordera-; en términos generales, es el caso de toda gran figura que no encuentra su medida y su cauce. Pero también surge lo trágico cuando a una naturaleza de término medio, o quizá débil, le toca en suerte un inmenso destino, responsabilidades personales que la aplastan y trituran, y esta forma de lo trágico hasta llega quizás a parecerme la más humanamente impresio nante. Pues el hombre extraordinario busca, sin saberlo, un destino extraordinario; su naturaleza, de desmesuradas proporciones, está orgánicamente acomodada para vivir de un modo heroico, o «en peligro» , según la frase de Nietzsche; desafía al mundo con la audacia de las exigencias propias de su carácter. De modo que, en último término, el carácter genial no es irres ponsable de sus sufrimientos, porque la misión que le fue adjudicada le hace aspirar místicamente a esta prueba del fuego para que sea extraída de él su fuerza postrera; lo mismo que la tempestad a la gaviota, su poderoso destino lo arrastra cada vez con mayor poderío y más hacia lo alto. Por el contrario, el carácter medio está destinado, por su natural, a una pacífica forma de vida; no quiere, no necesita ninguna gran impresión; preferiría vivir tranquilamente y en la oscuridad, al abrigo de los vientos y con el destino de mesurada intensidad; por eso se defiende, por eso se espanta, por eso huye cuando una mano invisible lo lanza hacia la agitación.