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Por tanto, sólo quedaba como posible enlace el tercero y más natural: desposar al delfín adolescente, nieto de Luis XV y futuro heredero de la Corona de Francia, con una hija de María Teresa. En 1766, la princesa María Antonieta, entonces de once años, podía ya ser objeto de un proyecto serio; literalmente, el embajador de Austria le escribe el 24 de mayo a la emperatriz: «El rey se ha manifestado en tales términos, que Vuestra Majestad ya puede considerar el proyecto como asegurado y resuelto». Pero los diplomáticos no serían diplomáticos si no pusiesen su orgullo en hacer difíciles las cosas sencillas y, ante todo, en dila tar sabiamente todo negocio importante. En una y otra corte se interponen intrigas; pasa un año, un segundo, un tercero. y María Teresa, no sin razón recelosa. teme que su molesto vecino, Federico de Prusia, le monstre, como le llama ella con sincera indignación, se atraviese también finalmente, con una de sus maquiavélicas diabluras, en la ejecución de este plan, tan decisivo para el poderío de Austria; por ello emplea todas sus amabilidades. su pasión y su astucia para lograr que la corte francesa no pueda volverse atrás de su semipromesa. Con la infatigable constancia de una casamentera profesional, con la te naz a inflexible paciencia de su diplomacia, hace que se den a conocer una y otra vez en París las cualidades de la princesa; abruma a los embajadores a fuerza de atenciones y regalos, a fin de que, por último, acaben trayendo de Versalles una definitiva petición de mano. Más como emperatriz que como madre, pensando más en el acrecentamiento del poder de su Casa que en la dicha de su hija, no se detiene tampoco ante la advertidora comunicación de su embajador, en la que le dice que la natura leza ha negado al delfín todos sus dones: es muy limitado de inteligencia, altamente rudo y privado de sensibilidad. Pero ¿para qué necesita ser feliz una archiduquesa, con tal que llegue a reina? Con cuanto más calor aprieta María Teresa para lograr un convenio escrito, tanto más reflexivamente, como buen conocedor del mundo, se reserva el rey Luis XV; durance tres años deja que se le envíen relatos de la pequeña archiduquesa e informes acerca de ella, declarándose en principio favorable al plan matrimonial. Pero no pronuncia la decisiva demanda de matrimonio; no se compromete.
La inocente prenda de este importante asunto de Estado. la Toinette, de once años al principio y, fnalmente de trece, desarrollada, graciosa. esbelta a innegablemente bonita. juega y alborota, entre tanto, en medio de sus hermanas, hermanos y amigas, con todo el ardor de su temperamento, por los salones y jardines de Schoenbrunn; se ocupa poco de estudios, libros a instrucción.