María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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En vano es que Mercy y los otros procuren convencerla sin cesar de que debe mostrarse afectuosa con la Du Barry, asegurándose de este modo el favor del rey; todo se estrella Co ntra la recién adquirida conciencia de sí misma. Los delgados labios habsburgueses de María Antonieta, que una única vez se han abierto contra su voluntad. permanecen cerrados como si fuesen de bronce; ninguna amenaza, ninguna seducción pueden ya romper el sello que los cierra. Seis palabras le ha dicho a la Du Barry, y jamás la odiada mujer llegará a oír la séptima.
Esta única vez, el 1° de enero de 1772, madame Du Barry triunfó sobre la archiduquesa de Austria y de la delfina de Francia. a indudablemente con aliados tan poderosos como un rey Luis de Francia y una emperatriz, María Teresa, la cocotte de la corte podría haber proseguido su lucha contra la futura reina. Pero hay combates tras los cuales el vencedor, recono ciendo la fuerza de su adversario, se espanta de su victoria y considera si no sería más prudente abandonar por su propia voluntad el campo de batalla y concertar la paz. Madame Du Barry no se siente muy a gusto después de su triunfo. Interna mente, esta bonachona a insignificante criatura no ha cobijado en sí desde el principio ninguna especie de animosidad contra María Antonieta; gravemente ofendida en su orgullo, no quería otra cosa sino esta pequeña satisfacción. Ahora está contenta y no desea más; está avergonzada y asustada de su pública victoria. Pues en todo caso, es lo bastante lista para saber que todo su poder se alza sobre bases inseguras, sobre las gotosas piernas de un hombre que envejece velozmente. Una apoplejía en el protector de sesenta y dos años, y a la mañana siguiente esta petite rousse puede ser ya la reina de Francia; una lettre de cachet, uno de aquellos fatales billetes de viaje a la Bastilla, está pronto firmada. Por ello madame Du Barry, apenas ha triunfado sobre María Antonieta, hace las más vivas, las más leale s y sinceras tentativas de reconciliación. Endulza su bilis, sojuzga su orgullo. se presenta una y otra vez en las reuniones de la delfïna y aunque no sea honrada con ninguna palabra más, no se muestra en modo alguno enojada, sino que. por medio de confidencias y emisarios ocasionales, hace saber una y otra vez a la delfina lo cordiales que son sus sentimientos hacia ella. De cien maneras se esfuerza por alcanzar mercedes de su regio amante para su antigua adversaria: fnalmente, hasta llega a emplear el más osado medio: como no puede atra er a María Antonieta con amabilidades, intenta comprar sus favores. Se sabe en la corte -y se sabe, por desgracia, demasiado bien, como lo mostrará más tarde el famoso asunto del collar-que María Antonieta ama desenfrenadamente las joyas magníficas.

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