Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Ha dado la una de la mañana, y en vez de acostarme, aunque no puedo tenerme en pie, es preciso que le escriba esta larga carta, que va a redoblar mi gana de dormir con el fastidio que me dará. Tiene usted fortuna en que yo no tenga tiempo para reñirle más. No crea por eso que le perdono, sino que estoy de prisa. Escúcheme, pues, y al hecho.
Por poco diestro que usted sea, debe ganarse mañana la confianza de Danceny. El momento es favorable, puesto que ahora es desdichado.
La muchacha ha ido a confesarse y ha revelado todo como una simple. Desde entonces la asusta tanto el temor del diablo, que quiere romper absolutamente todo trato con su amante. Me ha contado todos sus escrúpulos con una vehemencia que me hace ver cuán exaltada está su imaginación. Me ha enseñado lo que ha escrito para romper, y es una verdadera carta de capuchino. Ha charlado una hora sin decir una palabra que tenga sentido común; pero no ha dejado de embarazarme mucho; porque usted comprende que no podía yo correr el riesgo de franquearme con una tan pobre cabeza.
No obstante, en medio de toda su charla, he visto que no por eso ama menos a su Danceny, y aun he notado uno de aquellos recursos que nunca deja de emplear el amor, y del que veo que esta muchacha es víctima de un modo bastante curioso. Atormentada por el deseo de ocuparse de su querido y por el temor de condenarse, ha imaginado el pedir a Dios que se lo haga olvidar; y como renueva esta oración a cada instante del día, halla el medio de pensar en él sin cesar.
Con otro que tuviera más mundo que Danceny, este pequeño incidente sería, acaso, más favorable que contrario; pero el joven es tan mirado que, si no le ayudamos, necesitará tanto tiempo para vencer los más pequeños obstáculos, que no nos dejará el suficiente para efectuar nuestro proyecto.
Usted tiene razón; es lástima, y lo siento yo también, que sea héroe de esta aventura; ¿pero qué quiere usted? lo hecho no tiene remedio, y es culpa suya. He querido ver su respuesta14 y me ha dado lástima. Se fatiga en probar con razonamientos, que un sentimiento involuntario, no puede ser un crimen, como si no cesase de involuntario desde el momento en que se le deja de combatir.

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