Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Soy feliz y debo serlo; si hay placeres más vivos, no los deseo, ni quiero conocerlos. ¿Puede haberlos mayores que el de estar bien consigo mismo, pasar días serenos, dormirse sin inquietud y despertar sin remordimientos? Lo que usted llama felicidad, es sólo un alboroto de los sentidos, una tormenta de pasiones cuyo espectáculo es horroroso, aun visto desde la playa. ¡Ah! ¿cómo se puede arrostrar una tempestad? ¿Cómo atreverse a navegar en un mar cubierto de los destrozos de mil y mil naufragios? ¿Y con quién? No, señor, me quedo en tierra y apetezco los vínculos que me retienen. Aunque pudiese, no los rompería, y si no los tuviese, me apresuraría a contraerlos.
¿Por qué sigue mis pasos? ¿por qué se obstina en perseguirme? Las cartas de usted, que debían ser raras, se suceden con rapidez. Debían ser razonables, y en ellas no habla sino de su loco amor. Me insidia con su idea más que lo hacía con su persona. Alejándose bajo una forma, al instante se presenta con otra. Las cosas de que se pide a usted no hable más, las repite, sólo que de otro modo. Se complace en embarazarme con razonamientos capciosos y esquiva los míos. No quiero volver a responderle. No le responderé más... ¡Cómo trata usted a las mujeres que ha seducido! ¡Con qué desprecio habla de ellas! Quiero creer que algunas lo merecen, ¿pero son todas tan despreciables? ¡Ah! sin duda, puesto que han faltado a los deberes del matrimonio para entregarse a un amor criminal. Desde aquel momento lo han perdido todo, hasta la estimación de aquel a quien todo lo han sacrificado. Este suplicio es justo; pero la sola idea llena de terror. Y en fin, ¿qué me importa? ¿por qué he de ocuparme de ellas ni de usted? ¿Con qué derecho viene usted a turbar mi tranquilidad? Déjeme, no me vea ni me escriba más, se lo ruego, y lo exijo. Esta es la última carta que recibirá de mí.
En..., a 5 de setiembre de 17...

CARTA LVII
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
Al volver ayer de París encontré en mi casa su carta, y me ha divertido mucho su cólera. No le sería a usted más sensible la torpeza de Danceny aun cuando la hubiese emplearlo contra usted misma. Sin duda por vengarse de él acostumbra a su querida a que le haga esas pequeñas infidelidades.

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