Middlemarch, Un estudio de la vida de las Provincias (George Eliot) Libros Clásicos

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Había sido tan instructivo como «el apacible arcángel» de Milton: y con atisbos arcangélicos le contó cómo se había impuesto demostrar (lo que ciertamente ya se había intentado antes, si bien no con la profundidad, equidad comparativa y eficacia de organización a la que el señor Casaubon aspiraba) que todos los sistemas míticos o fragmentos míticos erráticos del mundo eran corrupciones de una tradición revelada originariamente. Una vez conquistada la posición auténtica y tras hacerse fuerte en ella, el inmenso campo de las construcciones míticas se volvía inteligible, o mejor dicho, luminoso, con la luz reflejada de las correspondencias. Pero recolectar entre esta gran cosecha de verdad no era tarea ni fácil ni rápida. Sus notas ya constituían un formidable número de volúmenes, pero la labor cimera consistiría en condensar estos resultados, voluminosos y aún acumulantes, y conseguir que, al igual que la primera vendimia de los libros hipocráticos, cupieran en una pequeña repisa. Al explicarle esto a Dorothea, el señor Casaubon se expresaba casi como lo hubiera hecho con un colega, pues carecía de la habilidad de hablar de distintas maneras. Es cierto que cuando empleaba una frase en latín o griego siempre daba con minuciosidad el equivalente inglés, pero es probable que hubiera hecho esto en cualquier caso. Un culto clérigo de provincias acostumbra a creer que sus conocidos son lores, caballeros, y otros hombres nobles y dignos con exiguos conocimientos de latín».

Dorothea se sentía totalmente cautivada por la amplitud de este concepto. Aquí había algo que rebasaba la trivialidad literaria del colegio de señoritas; aquí estaba un Bossuet (1) viviente cuyo trabajo reconciliaría el saber absoluto con la piedad sin reservas; aquí se encontraba un moderno Agustín que reunía las glorias del doctor y del santo.

(1) Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704), predicador francés famoso por su elocuencia. Sus disputas teológicas con los protestantes tuvieron cierta influencia en Inglaterra.

La santidad no destacaba con menos claridad que la sabiduría, pues cuando Dorothea sentía la necesidad de comunicar sus pensamientos sobre ciertos temas de los que no podía hablar con nadie que hubiera visto hasta entonces en Tipton (en especial la importancia secundaria de las formas eclesiásticas y los artículos de fe en comparación con esa religión espiritual, esa inmersión del ser en comunión con la perfección divina que le parecía ver expresada en la mejor literatura cristiana de épocas remotas), encontraba en el señor Casaubon un oyente que la comprendía al instante, que podía asegurarla de su propia conformidad con ese punto de vista, siempre que estuviera debidamente templado por una sabia moderación, y podía citar ejemplos históricos desconocidos anteriormente para ella.

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