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ellos, han salido de la demagogia.
El reinado, repito, se clasifica al lado de la aristocracia, en
cuanto es, como ésta, el premio de la consideración personal, de una
virtud eminente, del nacimiento, de grandes servicios hechos o de todas
estas circunstancias unidas a la capacidad. Todos los que han hecho
grandes servicios a las ciudades y a los pueblos, o que eran bastante
poderosos para poder hacerlos, han obtenido esta alta distinción: los unos
por haber evitado con sus victorias que el pueblo cayera en esclavitud,
como Codro; otros por haberles devuelto su libertad, como Ciro; y otros
por haber fundado el Estado mismo y ser poseedores del territorio; como
los reyes de los espartanos, de los macedonios y de los molosos. El rey
tiene la misión especial de velar por que los que poseen no experimenten
daño alguno en su fortuna, ni el pueblo ningún ultraje en su honor. El
tirano, por el contrario, como he dicho ya más de una vez, no tiene en
cuenta los intereses comunes y sí sólo el suyo personal. La aspiración del
tirano es el goce; la del rey, la virtud. Así también en punto a ambición,
el tirano piensa principalmente en el dinero; el rey, antes que nada en el
honor. La guardia de un rey se compone de ciudadanos, la de un tirano, de
extranjeros.
Por lo demás, es muy fácil ver que la tiranía tiene todos los
inconvenientes de la democracia y de la oligarquía. Como ésta, sólo piensa
en la riqueza, que es la única que verdaderamente puede garantirle la
felicidad de su guardia y los placeres del lujo. La tiranía también
desconfía de las masas y les arranca el derecho de llevar armas. Hacer
daño al pueblo, alejar a los ciudadanos de la población, dispersarlos, son
procedimientos comunes a la oligarquía y a la tiranía. De la democracia
adopta la tiranía el sistema de guerra continua contra los ciudadanos
poderosos, la lucha secreta y pública para destruirlos, los destierros a