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diferente. Yo era una muchacha llena de ardor patriótico y de idealismo. Al cabo de
unos meses de casada descubrí, a causa de un accidente fortuito, que mi marido era un
espía alemán. Me enteré de que la información facilitada por él había sido el motivo
del hundimiento de un transporte de tropas americanas y de la pérdida de centenares
de vidas. No sé qué es lo que hubieran hecho otros en mi caso, pero le diré qué fue lo
que hice yo. Fui a ver a mi padre, que estaba en el Ministerio de la Guerra, y le conté
lo que pasaba. Frederick murió en la guerra, pero en realidad murió en América,
fusilado como espía.
- ¡Dios mío! - exclamé -. ¡Qué horrible!
- Sí - continuó ella -. Fue algo terrible. Era tan amable, tan... afectuoso... Y pensar
que... Pero no dudé ni un momento. Tal vez me equivoqué.
- No se puede asegurar una cosa así - observé -. Estoy segura de que en su caso yo
no hubiera sabido qué hacer.
- Lo que le he dicho, nunca trascendió más allá de los medios gubernamentales.
Para todos, mi marido había muerto en el frente de batalla. Como viuda de guerra
recibí muchos testimonios de simpatía.
Su voz tenía un tono amargo y yo hice un gesto comprensivo con la cabeza.
- Después tuve muchos pretendientes que querían casarse conmigo, pero siempre
rehusé. Había sufrido un duro golpe. Creí que no podría jamás confiar en nadie.
- Sí, comprendo perfectamente sus sentimientos.
- Pero luego empecé a tomarle afecto a cierto joven. Mi ánimo vacilaba. Y entonces
ocurrió una cosa sorprendente. Recibí una carta de Frederick en la que me decía que si
volvía a casarme, me mataría.
- ¿De Frederick? ¿De su difunto marido?
- Sí. Como es natural, al principio creí que estaba loca o soñaba. Pero, por fin, tomé
una decisión y fui a ver a mi padre. Me contó la verdad. Mi marido no había sido
fusilado. Escapó, pero aquello no le sirvió de nada. Unas semanas después de su fuga,
descarriló el tren en que viajaba, y su cuerpo se encontró entre los de las víctimas del