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-Veamos, Rogers: queremos conocer algo de esa historia. ¿Quién es mister Owen? -preguntó el magistrado.
-Pues el propietario de la isla, señor.
-Sí. Ya lo sé. Pero ¿sabe algo de él?
Rogers bajó la cabeza.
-No puedo decirle nada en absoluto, pues no lo he visto jamás.
Un movimiento de sorpresa se produjo en todos.
El general MacArthur preguntó a su vez:
-¿No le ha visto jamás? ¿Qué cuento es éste?
-Mi mujer y yo estamos aquí sólo desde hace unos días. Fuimos contratados por mediación de una agencia de colocaciones. La agencia Regina, en Plymouth, fue la que nos escribió.
Blove aprobó con la cabeza.
-Es una agencia antigua -dijo.
-¿Tiene esa carta? -interrogó Wargrave.
-¿La carta que nos escribieron? No, señor; no la he conservado.
-Continúe su historia. Dice que fueron contratados por carta...
-Si, y se nos fijaba el día que teníamos que venir. Aquí todo estaba en orden, había provisiones en abundancia y nos gustó la casa; sólo tuvimos que limpiar el polvo.
-¿Y después?
-Nada, señor; recibimos instrucciones, por carta, de preparar las habitaciones para recibir a los invitados, y ayer el cartero nos trajo otra carta de mister Owen diciéndonos que no podía venir y que cumpliéramos con nuestro deber lo mejor posible en su ausencia. Nos daba órdenes para la cena y nos pedía que pusiéramos el disco a la hora del café.
-¿Tiene esa carta? -interrogó Wargrave.
-Sí, señor; la llevo encima.
Sacó la carta del bolsillo y el juez se la cogió de las manos.
-¡Hum! Tiene el timbrado del Ritz y está escrita a máquina.
-¿Me permite verla? -le dijo Blove, que estaba a su lado.
La cogió de manos del juez y la recorrió con la vista. Luego murmuró:
-Es una máquina Corona nueva, y sin ningún defecto; papel comercial ordinario. No estamos más adelantados que antes. Podrían sacarse huellas digitales, pero me parece que no encontraríamos ninguna.
Wargrave le miró con atención creciente.
Marston, de pie, al lado de mister Blove, miraba por encima de su espalda y señaló:
-Nuestro anfitrión tiene unos nombres muy extraños: Ulik Norman Owen. Se llena la boca uno al decirlo.
El viejo magistrado se sobresaltó:
-Le estoy muy reconocido, mister Marston; acaba de llamar mi atención sobre un punto bastante sugestivo.
Miró a su alrededor y alargando el cuello como una tortuga enfadada, añadió:
-Creo que el momento es propicio para reunir todas las informaciones que poseemos.