Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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.. La ventaja de una isla consiste en la imposibilidad que tiene el viajero de ir más lejos... parece haber llegado al fin del mundo...»
De repente diose cuenta de que no deseaba más que alejarse de aquella isla.


Tendida en su cama, con sus ojazos abiertos, Vera Claythorne miraba fijamente al techo.
Asustada por la oscuridad, no apagó la luz.
Pensaba:
«Hugo... Hugo... ¿Por qué está tan cerca de mí esta noche? ¿Dónde está ahora? No lo sé. Jamás lo sabré; ¡desapareció de mi vida tan bruscamente!»
¿A qué remover recuerdos? Hugo absorbía todos sus pensamientos. Soñaba siempre con él; no le olvidaría jamás.
Cornualles... las rocas negras... la arena tan fina... La buena señora Hamilton... el pequeño Ciryl que la cogía de la mano lloriqueando.
«Quiero nadar hasta las rocas, miss Claythorne. ¿Por qué no me deja ir hasta allá?»
Cada vez que levantaba los ojos veía a Hugo que la miraba.
Por la noche, cuando el niño dormía, Hugo le rogaba que saliese con él.
«Miss Claythorne, venga, daremos un paseo.»
«Si usted quiere...»
El paseo clásico por la playa... a la luz de la luna... el aire templado del Atlántico. Hugo la cogía por la cintura.
«La quiero, Vera. ¡Si usted supiese cuánto la quiero! -Ella lo sabía, o al menos creía saberlo-. No me atrevo a pedir su mano... no tengo dinero, sólo el justo para ir mal viviendo. Sin embargo, durante tres meses tuve la esperanza de llegar a ser rico. Ciryl no había nacido, tres meses después de la muerte de su padre. Si hubiese sido una niña...»
Si hubiese sido una niña, siguiendo la ley inglesa, Hugo hubiese heredado el título y el dinero.
Tuvo una gran decepción.
«Es cierto que no me hacía muchas ilusiones; usted ya sabe que la vida es cuestión de suerte... Ciryl es un niño encantador, a quien yo quiero mucho.»
Esto era la pura verdad. Hugo adoraba al niño y se prestaba a todos los caprichos de su sobrino. En su alma noble no podía albergar el odio.
Ciryl era de constitución débil, canijo, sin resistencia alguna; seguramente no llegaría a viejo.
Entonces, ¿por qué...?
«Miss Claythorne, ¿por qué me prohíbe que nade hasta la roca?»
Siempre esta perpetua cuestión exasperante...
«Está muy lejos, Ciryl.»
«Ande, déjeme...»
Vera saltó de la cama, sacó del cajón del tocador tres tabletas de aspirina y se las tomó.

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