La caja de bombones (Agatha Christie) Libros Clásicos

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Entraba dentro de lo posible que hubieran introducido en el sillón del muerto una aguja hipodérmica dispuesta de forma que la víctima recibiera un pinchazo fatal. La diminuta marca dejada, probablemente pasaría inadvertida. Pero no pude descubrir ningún indicio que apoyara esta teoría. Me dejé caer en la butaca con un gesto de desesperación.
-Enfin, ¡abandono! -exclamé en voz alta-. ¡No hay ningún indicio! Todo es perfectamente normal.
Mientras pronunciaba estas palabras mi vista se detuvo en una caja de bombones situada en una mesa contigua, y el corazón me dio un salto. Podía no ser un indicio relacionado con la muerte del señor Déroulard, pero por lo menos allí existía algo que no era normal. Levanté la tapa. La caja estaba llena, sin tocar; no faltaba ni un bombón, pero eso hacía aún más notable la peculiaridad que habían captado mis ojos. Pues, sepa usted, Hastings, que la caja era de color rosa, pero la tapa era azul. Ahora bien, a veces se puede ver una caja rosa adornada con un lazo azul, o al revés, pero la caja de un color y la tapa de otro... no, decididamente no... ça ne se voit jamáis!
Todavía no percibía si aquel pequeño incidente podía serme de alguna utilidad, sin embargo resolví investigarlo por el mero hecho de que se salía de lo corriente. Pulsé el timbre para que acudiera François, y le pregunté si a su difunto señor le gustaban los bombones. Una leve sonrisa melancólica afloró a sus labios.
-Le apasionaban, monsieur. Siempre tenía una caja de bombones en casa. No tomaba vino de ninguna clase, ¿sabe usted?
-No obstante, esta caja está intacta -Levanté la tapa para que lo viera.
-Perdone, monsieur, pero esta caja es nueva, adquirida el día de su muerte, pues la otra estaba casi acabada.
-Así la otra caja se terminó el día de su muerte -dije lentamente.
-Sí, monsieur, la encontré vacía por la mañana y, la tiré.
-¿El señor Déroulard comía bombones a cualquier hora del día?
-Habitualmente después de cenar, monsieur.
Empecé a ver claro.
-François -dije-, ¿sabe ser discreto?
-Si es necesario, sí, monsieur.
-Bon! Sepa, entonces, que soy de la policía. ¿Puede encontrarme la otra caja?
-Sin duda, monsieur. Estará en el cubo de la basura.
Salió, y al cabo de pocos momentos regresaba con un objeto cubierto de polvo. Era el duplicado de la caja que yo sostenía excepto por el hecho de que ahora la caja era azul y la tapa rosa.

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