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Se abrió, antes de levantarse la sesión,
una suscripción a favor del doctor Fergusson que alcanzó la suma de dos mil quinientas
libras. La importancia de la cantidad recaudada guardaba proporción con la importancia
de la empresa.
Uno de los miembros de la sociedad interpeló al presidente para saber si el doctor
Fergusson seria presentado oficialmente.
-El doctor está a disposición de la asamblea -respondió sir Francis M...
-¡Que entre! ¡Que entre! -gritaron todos-. Bueno es que veamos con nuestros propios
ojos a un hombre de tan extraordinaria audacia.
-Acaso tan increíble proposición -dijo un viejo comodoro apoplético- no tenga más
objeto que embaucarnos.
-¿Y si el doctor Fergusson no existiera? -preguntó una voz maliciosa.
-Tendríamos que inventarlo -respondió un miembro bromista de aquella grave
sociedad.
-Hagan pasar al doctor Fergusson -dijo sencillamente sir Francis M...
Y el doctor entró entre estrepitosos aplausos, sin conmoverse lo más mínimo.
Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura y constitución normales; el subido
color de su semblante ponía en evidencia un temperamento sanguíneo; su expresión era
fría, y en sus facciones, que nada tenían de particular, sobresalía una nariz asaz
voluminosa, a guisa de bauprés, como para caracterizar al hombre predestinado a los
descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y más inteligente que audaz,
otorgaban un gran encanto a su fisonomía; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban
en el suelo con el aplomo propio de los grandes andarines
Toda la persona del doctor respiraba una gravedad tranquila, que no permitía ni
remotamente acariciar la idea de que pudiese ser instrumento de la más insignificante
farsa.
Así es que los hurras y los aplausos no cesaron hasta que, con un ademán amable, el
doctor Fergusson pidió un poco de silencio. A continuación se acercó al sillón dispuesto
expresamente para él y desde allí, en pie, dirigiendo a los presentes una mirada enérgica,
levantó hacia el cielo el índice de la mano derecha, abrió la boca y pronunció esta sola
palabra:
-¡Excelsior!
¡No! ¡Ni una interpelación inesperada de los señores Dright y Cobden, ni una demanda
de fondos,extraordinarlos por parte de lord Palmerston para fortificar los peñascos de
Inglaterra, habían obtenido nunca un éxito tan completo! El discurso de sir Francis M...
había quedado atrás, muy atrás.