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en el mes de febrero, echando a pique unas barcas de Treport. Si me dejarais consultar la
estadística os confundiría.
-En fin, doctor, ya que os empeñáis... -a veremos. ¿Tenéis miedo al trueno?
-¡Yo! -respondió el doctor-. El trueno es mi amigo, es mi médico.
-¿Vuestro médico?
-Sí. Tal como me veis, fui atacado por un rayo, en mi cama, el 31 de julio de 1867, en
Kiew, cerca de Londres, y el rayo me curó una parálisis del brazo derecho, rebelde a
todos los esfuerzos de la medicina.
-¿Os chanceáis?
-Nada de eso. Es un tratamiento muy barato, tratamiento por la electricidad. Amiguito,
muchos ejemplos, muy auténticos, demuestran que el rayo sabe más que los doctores más
sabios; su intervención es muy útil, en casos desesperados.
-No importa -dije-, vuestro médico me inspira poca confianza, ¡no le llamaré jamás!
-Porque no le habéis visto ejercer. Recuerdo un ejemplo. En 1817, en el Connecticut,
un campesino que sufría un asma, tenido por incurable, fue herido del rayo, en sus tierras,
y radicalmente curado. Un rayo pectoral. ¡Ahí tenéis!
El doctor era capaz de reducir el rayo a píldoras.
-¡Reíd, ignorante, reíd! ¡No entendéis una patotada de tiempo ni de medicina!
CAPÍTULO XXXII
Jean Pitferge se marchó y yo me quedé sobre cubierta viendo cómo subía la tempestad.
Fabián seguía aún en su camarote. Corsican estaba con él. Fabián tomaba, sin duda
alguna disposiciones para el caso de una desgracia. Me acordé entonces de que tenía una
hermana en Nueva York y me horroricé al pensar que tal vez tendríamos que llevarle
muerto al hermano que esperaba. Hubiera querido ver a Fabián, pero me parecía prudente
no interrumpirlos.
A las cuatro vimos otra tierra delante de la costa de Long-Island. Era el islote de
Tire-Island, que tiene en st centro un faro que lo alumbra. En aquel momento los pasa-
jeros habían invadido las toldillas. Todas las miradas se fijaban en la costa, que estaba a
más de seis millas al Norte Esperábamos el momento en que la llegada del práctico de-
cidiera la importante cuestión de la rifa. Los poseedores de cuartos de hora nocturnos
habíamos abandonado toda pretensión, ya que los cuartos de hora de día, a excepción de
los comprendidos entre las cuatro y las seis, tenían pocas probabilidades de ganar.