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Su
rostro, sin embargo, revelaba una animación mal contenida. Lanzó a Fabián una mirada
de odio. Fabián ni siquiera le vio, pues se hallaba sumido en profunda meditación, sin
acordarse siquiera del papel que debía representar en aquel drama.
Corsican se acercó al yanqui, testigo de Drake, y le pidió las armas. Eran floretes de
desafío, cuya concha llena protegía por completo la mano que los empuñaba. Corsican
los probó, los dobló, los midió y dejó elegir uno al yanqui. Mientras se hacían estos
preparativos, Harry Drake había tirado su sombrero, se había quitado la levita, se había
desabrochado la camisa y remangado sus puños. Después cogió el florete. Vi entonces
que era zurdo, ventaja incontestable para él, acostumbrado a tirar con los que manejaban
la espada con la mano derecha.
Fabián no se había movido de su puesto, cual si aquellos preparativos no tuvieran nada
que ver con él. Corsican le cogió la mano y le presentó el florete. Fabián miró el arma
reluciente, y pareció que recobraba la memoria en aquel momento.
Tomó el florete por su empuñadura con serenidad y mano segura.
-Es justo -dijo-; ¡me acuerdo!
Después se colocó ante Drake, que cayó al punto en guardia. En aquel reducido
espacio, era imposible quebrar la distancia. El combatiente que hubiese retrocédido, se
hubiera visto acorralado contra la pared. Era preciso batirse, por decirlo así, a pie firme.
-Vamos, señores -dijo Corsican.
Los floretes se cruzaron. Desde los primeros pases algunos rápidos uno-dos tirados por
una y otra parte, ciertos ataques y paradas nos demostraron que los dos adversarios eran
igualmente diestros. El aspecto de Fabián me pareció de buen augurio. Estaba sereno, era
dueño de sí, casi indiferente, menos conmovido, de fijo, que sus padrinos. Drake, al
contrario, le miraba con ira, con los ojos inyectados; sus dientes se veían bajo un labio
crispado; su cabeza estaba sumida entre sus hombros, y su fisonomía presentaba todos los
síntomas de un odio violento, que le privaba de su sangre fría. Quería matar a toda costa.
Después de algunos minutos de lucha, los floretes se bajaron. Ninguno de los dos
enemigos estaba tocado. Un simple arañazo se marcaba en la manga de Fabián. Drake
secaba el sudor que inundaba su rostro.
La tempestad se desencadenaba en todo su furor.