Página 46 de 57
DON PEDRO.-Además, no busquéis querella con nosotros, buen anciano.
ANTONIO.-Si pudiera obtener satisfacción por una querella, alguno de nosotros mordería el polvo.
CLAUDIO.-¿Quién le ha ofendido?
LEONATO.-¡Tú, por mi fe, me has ofendido! ¡Tú, impostor! ¡Tú! ¡No, no eches mano a la espada! ¡No te temo!
CLAUDIO.-¡Pardiez! Maldita sea mi mano, si diera a vuestra vejez motivo alguno de temor. Por mi fe, mi mano nada quiere con mi espada.
LEONATO.-¡Quita, quita, hombre! No te mofes ni te burles de mí. No hablo como un viejo caduco o como un necio para jactarme, bajo el privilegio de la edad, de lo que hice cuando era joven o de lo que haría si no fuera viejo. Sabe, Claudio, y cara a cara te lo digo, que nos has ultrajado de tal manera a mi hija y a mí, que me veo obligado a dar de lado todo respeto y, a pesar de mis cabellos grises y de los achaques de mis muchos años, te reto a prueba varonil. Te digo que has calumniado a mi inocente hija. Tu injuria traspasó su corazón de parte a parte, y reposa enterrada con sus mayores. ¡Oh, en una tumba donde jamás durmió el oprobio, salvo este tuyo, urdido por tu infamia!
CLAUDIO.-¿Mi infamia?
LEONATO.-¡Tu infamia, Claudio; tu infamia, te repito!
DON PEDRO.-Os equivocáis, anciano.
LEONATO.-¡Señor, señor! ¡Lo probaré en su cuerpo, si se atreve, a despecho de su esgrima certera y de su activa práctica, su juventud de mayo y la floración de su fuerza!
CLAUDIO.-¡Dejadme! No quiero nada con vos.
LEONATO.-¿Es posible que así me rehuyas? Tú mataste a mi hija; si me matas a mí, mancebo, habrás matado a un hombre.
ANTONIO.-Matará a nosotros dos, y a hombres en verdad. Mas la cuestión no es ésa. Que mate a uno primero. Que me venza y me despoje. Dejadle que conteste. Vamos, seguidme, muchacho; vamos, señor rapaz; vamos, acompañadme. Señor mancebo, a azotes repeleré vuestra esgrima. Sí; como soy
caballero, que lo haré.
LEONATO.-Hermano...
ANTONIO.-Calmaos. Dios sabe lo que amaba a mi sobrina. ¡Y ha muerto,
calumniada de muerte por villanos, que así se atreverán a hacer frente a un hombre como yo a asir a una serpiente por la lengua! ¡Mozuelos, micos, fanfarrones, moharrachos, maricas!
LEONATO.-¡Hermano Antonio!...
ANTONIO.-Estad tranquilo. ¡Cómo, hombre! Los conozco bien.