Página 51 de 93
pues ellas son parciales por naturaleza,
escuche la plática a escondidas. Adiós, Majestad.
Antes que os acostéis, pasaré a veros
y contaros lo que sepa.
REY
Gracias, señor.
Sale POLONIO.
¡Ah, inmundo es mi delito, su hedor llega hasta el cielo!
Lleva la primera y primitiva maldición
el fratricidio. Rezar no puedo.
Fuertes son inclinación y voluntad,
pero más fuerte es la culpa, y las derrota.
Como un hombre enfrentado a un doble objeto,
dudo por cuál he de empezar
y no emprendo ninguno. ¿Y si esta mano maldita
se agrandara con la sangre de un hermano,
no habría lluvia en los cielos piadosos
para dejarla más blanca que la nieve?
¿Para qué sirve la gracia si no es para mirar
al pecado cara a cara? ¿Y qué hay en la oración
sino el doble poder de impedirnos obrar mal
o perdonarnos si caemos ?. Tendré ánimo.
El daño está hecho, mas, ¿qué suerte de oración
me serviría? ¿"Perdona mi inmundo asesinato"?
Imposible, pues aún gozo de los frutos
por los que cometí el asesinato:
la corona, la reina, mi ambición.
¿Nos pueden perdonar sin quitarnos el provecho?
En la usanza corrupta de este mundo
la mano dadivosa del culpable
desplaza a la justicia; y es sabido
que el propio botín compra a la ley. Mas no en el cielo:
allí no hay fraude, allí el acto muestra
su color verdadero, y nos obligan,
habiendo de hacer frente a nuestras faltas,
a declarar contra nosotros. Entonces, ¿qué me resta?
Ver qué puede el arrepentimiento. ¿Qué no podrá?
Mas, ¿qué puede cuando uno ya no puede arrepentirse?
¡Mísero estado! ¡Corazón más negro que la muerte!
¡Oh, alma atrapada, que luchando por librarse
más se enreda! ¡Amparadme, ángeles, queredlo!
Doblaos, rígidas rodillas, y tú, pecho de acero,
sé tierno como un recién nacido.
Tal vez sea posible.
Se arrodilla