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y devolveros lo que es vuestro.
REY
Dadme la mano.
Llevadme a mi anfitrión; le quiero bien
y he de seguir favoreciéndole.
Con permiso, señora.
Salen.
I.vii Oboes. Antorchas. Entran, cruzando el escenario, un maestresala y varios criados
con platos y servicio de mesa. Después entra MACBETH.
MACBETH
Si darle fin ya fuera el fin, más valdría
darle fin pronto; si el crimen
pudiera echar la red a los efectos y atrapar
mi suerte con su muerte; si el golpe
todo fuese y todo terminase, aquí
y sólo aquí, en este escollo y bajío del tiempo,
arriesgaríamos la otra vida. Pero en tales casos
nos condenan aquí, pues damos
lecciones de sangre que regresan
atormentando al instructor: la ecuánime justicia
ofrece a nuestros labios el veneno
de nuestro propio cáliz. Él goza aquí de doble amparo:
primero porque yo soy pariente y súbdito suyo,
dos fuertes razones contra el acto; después,
como anfitrión debo cerrar la puerta al asesino
y no empuñar la daga. Además, Duncan
ejerce sus poderes con tanta mansedumbre
y es tan puro en su alta dignidad que sus virtudes
proclamarán el horror infernal de este crimen
como ángeles con lengua de clarín, y la piedad,
cual un recién nacido que, desnudo,
cabalga el vendaval, o como el querubín del cielo
montado en los corceles invisibles de los aires,
soplará esta horrible acción en cada ojo
hasta que el viento se ahogue en lágrimas. No tengo
espuela que aguije los costados de mi plan,
sino sólo la ambición del salto que, al lanzarse,
sube demasiado y cae del otro...
Entra LADY MACBETH.
¿Qué hay? ¿Traes noticias?
LADY MACBETH
Ya casi ha cenado. ¿Por qué saliste de la sala?
MACBETH
¿Ha preguntado por mí?
LADY MACBETH
¿No sabes que sí?
MACBETH
No vamos a seguir con este asunto.
El acaba de honrarme y yo he logrado
el respeto inestimable de las gentes,