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sino para capuchino.
Con esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogó que
algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para
dormir que para oír canciones. Y ansí, dijo a su amo:
-Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta
noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no
permite que pasen las noches cantando.
-Ya te entiendo, Sancho -le respondió don Quijote-; que bien se me trasluce
que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música.
-A todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondió Sancho.
-No lo niego -replicó don Quijote-, pero acomódate tú donde quisieres, que
los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo
esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va
doliendo más de lo que es menester.
Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida,
le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se
sanase. Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había,
las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se
la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina; y así
fue la verdad.
Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote
Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el
bastimento, y dijo:
-¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?
-¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos.
-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor
estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de
aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla
que se anda en hábito de pastora por esos andurriales.
-Por Marcela dirás -dijo uno.
-Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su
testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al
pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es fama,
y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y
también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se
han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A
todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que
también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar
nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo