Las Dos Doncellas (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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-Si él no me hubiera sacado de sentido -respondió el que se quejaba-, bien debiera yo de acordarme que no estaba solo en este aposento, y así hubiera puesto más freno a mi lengua y más tregua a mis suspiros; pero, en pago de haberme faltado la memoria en parte donde tanto me importaba tenerla, quiero hacer lo que me pedís, porque, renovando la amarga historia de mis desgracias, podría ser que el nuevo sentimiento me acabase. Mas, si queréis que haga lo que me pedís, habéisme de prometer, por la fe que me habéis mostrado en el ofrecimiento que me habéis hecho y por quien vos sois (que, a lo que en vuestras palabras mostráis, prometéis mucho), que, por cosas que de mí oyáis en lo que os dijere, no os habéis de mover de vuestro lecho ni venir al mío, ni preguntarme más de aquello que yo quisiere deciros; porque si al contrario desto hiciéredes, en el punto que os sienta mover, con una espada que a la cabecera tengo, me pasaré el pecho.
Esotro, que mil imposibles prometiera por saber lo que tanto deseaba, le respondió que no saldría un punto de lo que le había pedido, afirmándoselo con mil juramentos.
-Con ese seguro, pues -dijo el primero-, yo haré lo que hasta ahora no he hecho, que es dar cuenta de mi vida a nadie; y así, escuchad: «Habéis de saber, señor, que yo, que en esta posada entré, como sin duda os habrán dicho, en traje de varón, soy una desdichada doncella: a lo menos una que lo fue no ha ocho días y lo dejó de ser por inadvertida y loca, y por creerse de palabras compuestas y afeitadas de fementidos hombres.

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