La lucha por la vida I (Pío Baroja) Libros Clásicos

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el cuarto que les había asignado la patrona, en relación a la pequeñez del
pupilaje y a la inseguridad del pago, era un chiscón oscuro, ocupado por
dos estrechas camas de hierro, entre las cuales, en el poco sitio que
dejaban ambas, se hallaba embutido un catre de tijera.

Allá dormían aquellas galantes damas; de día correteaban todo
Madrid, y se pasaban la existencia haciendo combinaciones con
prestamistas, empeñando y desempeñando cosas.

Las dos jóvenes, Celia e Irme, aunque madre e hija, pasaban por
hermanas. Doña Violante tuvo en sus buenos tiempos una vida de
pequeña cortesana; logró hacer sus ahorros, sus provisiones, allá para el
invierno de la vejez, cuando un protector anciano le convenció de que
tenía una combinación admirable para ganar mucho dinero en el
Frontón. Doña Violante cayó en el lazo, y el protector la dejó sin un
céntimo. Entonces, doña Violante volvió a las andadas, se quedó medio
ciega, y llegó a aquel estado lamentable, al cual hubiera llegado,
seguramente mucho más pronto, si en el comienzo de su vida le diera el
naipe por ser honrada.

De día, la vieja se pasaba casi siempre metida en su cuarto oscuro, que
olía a establo, a polvos de arroz y a cosmético; de noche, tenía que
acompañar a su hija y a su nieta, en paseos, cafés y teatros, a la busca
y captura del cabrito, como decía el viajante, enfermo del estómago,
hombre entre humorista y malhumorado.


Pío Baroja

Celia e Irme, la hija y la nieta de doña Violante, cuando estaban en

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