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-¿Estás reñido con él?
-Es un tío bestia. Vive con la Escandalosa, que es una vieja zorra; es
verdad que tiene lo menos sesenta años y gasta lo que roba con sus
queridos; pero bueno, le alimenta y él debe considerarla; pues nada,
anda siempre con ella a puntapiés y a puñetazos y la pincha con el
puñal, y hasta una vez ha calentado un hierro y la ha querido quemar.
Bueno que la quite el dinero; pero eso de quemarla, ¿para qué?
Llegaron a Casa Blanca, que era como una aldea pobre, de una calle
sola; Vidal abrió con su llave una puerta, encendió un fósforo y subieron
los dos a un cuarto estrecho con un colchón puesto sobre los ladrillos.
-Te tendrás que echar en el suelo -dijo Vidal-. Esta cama es la de mi
chica.
-Bueno.
-Toma esto para la cabeza -y le arrojó una falda de mujer arrebuñada.
Manuel apoyó allí la cabeza y quedó dormido. Se despertó a la
madrugada. Se incorporó y se sentó en el suelo sin darse cuenta de
dónde podía encontrarse. Entraba pálida claridad de un ventanuco.
Vidal, tendido en el colchón, roncaba; a su lado dormía una muchacha,
respirando con la boca abierta; grandes chafarrinones de pintura le
surcaban las mejillas.
Manuel sentía el malestar de haber bebido demasiado el día anterior y
profundo abatimiento. Pensó seriamente en su vida:
-Yo no sirvo para esto -se dijo-; ni soy un salvaje como el Bizco, ni un
desahogado como Vidal.