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fuerte viento de la mañana, la alta cofia arlesiana da
elegancia y pequeñez a la cabeza, con una migajita
de lindo descaro, algo así como deseos de erguirse
para que la risa o la frase picaresca vaya más lejos...
Suena la campana; partimos. Con la triple velocidad
del Ródano, de la hélice y del viento mistral, des-
pliéganse las dos orillas. De un lado está la Crau,
una llanura árida y pedregosa. Del otro, la Camar-
gue, más verde, que prolonga hasta el mar su hierba
corta y sus marismas llenas de cañaverales.
De vez en cuando el vapor se detiene junto a un
pontón, a la izquierda o a la derecha (al imperio o al
reino, como se decía en la Edad Media, en tiempos
del reino de Arlés, y como aun dicen hoy los mari-
neros viejos del Ródano). En cada pontón, una
quinta blanca y un ramillete de árboles. Los trabaja-
dores desembarcan cargados de herramientas, y las
mujeres con la cesta al brazo, derechas sobre las po-
saderas. Hacia el imperio o hacia el reino, poco a
poco se vacía el vapor, y al llegar nosotros al puente
C A R T A S D E M I M O L I N O
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del Mas-de-Giraud, donde descendemos, casi no
queda nadie a bordo.
El Mas-de-Giraud es una antigua granja de los
señores de Barbentane, en la cual entramos para es-
perar al guarda que ha de venir a buscarnos. En la
cocina alta están a la mesa todos los hombres de la
hacienda, labradores, viñadores, pastores, zagales,
graves, silenciosos, comiendo despacio, y servidos
por las mujeres, quienes comerán después. Bien
pronto aparece el guarda con la carretilla. Verdade-
ro tipo a lo Fenimore, trampero por tierra y por
agua, guardapesca y guardacaza, las gentes del país
le llaman lou Roudeïron (el rondador), porque, entre
las brumas del alba o del anochecer, se le ve siempre
oculto a la espera entre los cañaverales, o bien in-
móvil en su barquichuelo, ocupado en vigilar sus
atolladeros en los clairs (estanques) y en los roubines