El Caballero de la Maison Rouge (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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-¡Bah! El ciudadano Maurice Lindey, patriota reconocido, secretario de una sección, puro, adorado, popular, es por el contrario una preciosa adquisición para un pobre curtidor que tiene en su casa mercancía de contrabando -respondió Dixmer sonriendo.
-¿De manera que usted cree, amigo mío...? - preguntó tímidamente Geneviève.
-Creo que es una patente de patriotismo, una marca de absolución puesta sobre nuestra casa; y creo que a partir de esta noche, el mismo caballero de Maison-Rouge estaría seguro en nuestra casa.
Y Dixmer, besando a su mujer en la frente con un afecto más paternal que conyugal, la dejó en el pabelloncito que ocupaba ella sola y volvió a la otra parte del edificio, la que ocupaba él junto con el resto de los invitados que se habían sentado a su mesa.


EL ZAPATERO SIMO
LA NOT

Habían llegado los primeros días de mayo; un día puro dilataba los pechos cansados de respirar las brumas heladas del invierno, y los rayos de un sol tibio y vivificante descendían sobre la negra muralla del Temple.
En el portillo interior que separaba la torre de los jardines, los soldados de guardia reían y fumaban.
Pese al hermoso día y al ofrecimiento que se hizo a las prisioneras para que bajaran al jardín a pasear, las tres mujeres rehusaron: tras la ejecución de su marido, la reina se mantenía obstinadamente en su habitación para evitar el paso ante la puerta del apartamento que había ocupado el rey en el segundo piso. Cuando, por casualidad, tomaba el aire después de este fatal 21 de enero, lo hacia en lo alto de la torre, cuyas troneras se habían cerrado con celosías.
Hacia las cinco, un hombre descendió y se acercó al sargento que mandaba la guardia.
-¡Ah!, ¡eres tú, tío Tison! -dijo.
-Sí, soy yo. Tu amigo el municipal Maurice Lindey, que está arriba, te envía este permiso concedido a mi hija por el consejo del Temple para que pueda visitar a su madre.
-¿Y tú sales cuándo va a venir tu hija, padre desnaturalizado?
Tison explicó que salía contra su voluntad; desde hacia dos meses esperaba el momento de ver y abrazar a su hija, pero, precisamente ahora, tenía que acudir al ayuntamiento para hacer su informe. Recomendó al sargento, que no era otro que Lorin, que dejara pasar a su hija y salió murmurando:

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