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resolvió:
Jamás.
Y dio un paso hacia atrás.
En este momento se veía apuntar a través de los barrotes de la barandilla de la escalera las alabardas de los soldados.
La nodriza alzó los brazas al cielo.
En cuanto a Cornelius van Baerle, hay que decirlo en elogio, no del hombre, sino del tulipanero, su única preocupación fue para sus inestimables bulbos.
Buscó con los ojos un papel donde envolverlos, percibió la hoja de la Biblia depositada por Craeke sobre el secadero, la cogió sin acordarse, tan grande era su turbación, de dónde procedía aquella hoja, envolvió en ella sus tres bulbos, los ocultó en su pecho y esperó.
Los soldados, precedidos por el magistrado, entra ron en el mismo instante.
-¿Sois vos el doctor Cornelius van Baerle? -preguntó el magistrado, aunque reconoció perfectamente al joven; pero en esto, se ajustaba a las reglas de la justicia, lo que daba, como se ve, una gravedad a la interrogación.
-Lo soy, maese Van Spennen -respondió Corne lius saludando graciosamente al juez-, y vos lo sabéis bien.
-Entonces, entregadnos los papeles sediciosos que ocultáis en vuestra casa.
-¿Papeles sediciosos? -exclamó Cornelius completamente aturdido por el apóstrofe.
-¡Oh! No os hagáis el sorprendido.
-Os juro, maese Van Spennen -replicó Cornelius-, que ignoro completamente lo que vos queréis decir.
-Entonces, voy a explicároslo, doctor -dijo el juez-. Entregadnos los papeles que el traidor Corneille de Witt depositó en vuestra casa en el mes de enero último.
Un relámpago cruzó por la mente de Cornelius.
-¡Oh! ¡Oh! -exclamó Van Spennen-. Ahora comenzáis a recordar, ¿verdad?
-Sin duda; pero vos habláis de papeles sediciosos, y yo no poseo ningún papel de ese género.
-¡Ah! ¿Lo negáis?
-Naturalmente.
El magistrado se volvió para abarcar de una ojeada todo el cuarto.
-¿Cuál es la habitación de vuestra casa que se llama el secadero? -preguntó.
Justamente ésta en la que nos hallamos, maese Van Spennen.
El magistrado miró de reojo una pequeña nota co locada en la primera fila de sus papeles.
-Está bien -dijo como un hombre que está convencido.
Luego, volviéndose hacia Cornelius, preguntó:
-¿Queréis entregarme esos papeles?
-Pero no puedo, maese Van Spennen. Esos papeles no son míos: me los han entregado a título de
depósito, y un depósito es sagrado.