Los amores (Ovidio) Libros Clásicos

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Las dos son hermosas, las dos entendidas en las artes hasta el punto de ser difícil declarar cuál de ellas tiene superior talento. La una es más linda que la otra, y ésta más que aquélla, y ya me seduce la una, ya al reverso la otra. Como el esquife combatido por vientos contrarios, así estos dos impulsos comparten mi corazón. ¿Por qué, Ericina, duplicas mis tormentos sin fin?; ¿no me producía una sola bastantes zozobras? ¿Por qué esparces hojas sobre los árboles, multiplicas las estrellas del cielo y viertes sobre el vasto mar las aguas de los ríos? Sin embargo, prefiero este embarazo a languidecer en la indiferencia. A mis enemigos deseo una vida sin satisfacciones; a mis enemigos el dormir en un lecho solitario, y tender con lasitud el cuerpo sin dividirlo con nadie, y que el amor cruel interrumpa mi pesado sueño, y mis colchones no se hundan sólo bajo mi peso; que sin obstáculos una amiga agote mi pujanza, si puede una sola, y si no, que sean dos.
Me agrada un talle ligero, aunque no sin brío; que no le abone la pesadez, pero sí el vigor de los nervios; la voluptuosidad dará a mis músculos la fuerza necesaria; en este punto ninguna joven fué por mí engañada. Cien veces, después de pasar la noche entera entregado al placer, me hallé a la mañana todavía fuerte y vigoroso. Feliz el que sucumbe en el ardiente certamen de Venus; quieran los dioses que sea ésta la causa de mi muerte. Ofrezca el soldado su pecho a los dardos del enemigo, y conquiste con su sangre un nombre inmortal; corra el avaro, tras las riquezas, y al naufragar, beba con perjura boca las olas salobres que barrieron su nave, y sea mi destino languidecer en las contiendas de Venus, y que la muerte me sorprenda en medio de sus placeres, y que alguno, con los ojos arrasados de lágrimas, diga en mi funeral: «Tu muerte ha sido en todo conforme con tu vida.»
XI
El pino arrancado de la cumbre del Pelión abrióse el primero una ruta peligrosa por las olas asombradas del mar, y sorteando con audacia los escollos, que le salieron al paso, trajo de regreso, cual rico botín, el carnero de áureos vellones.

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