Página 4 de 80
lo que me había dado el cielo;
pues siendo así que Alejandro,
de Ursino príncipe y dueño,
siendo hermano de mi padre
y habiendo sin hijo muerto,
me tocaba, por varón,
de aquel estado el gobierno,
o mi desdicha o mi estrella
o mi fortuna ha dispuesto
que Teodosio, emperador
de Alemania, a quien por feudo
toca la elección, por ser
colonia del sacro imperio,
a mi prima Serafina,
que en infantes años tiernos
quedó, por muerte del padre,
en posesión haya puesto,
como inmediata heredera,
bien que a salvo mi derecho
del último poseedor.
Mas ¿para qué ahora os cuento
lo que sabéis? Pues sabéis
que nos hallamos a un tiempo,
ella princesa de Ursino
y yo el más pobre escudero
de su casa; cuya instancia
ocasión fue de no habernos
visto los dos desde entonces;
que aquel hidalgo proverbio
de "pleitear y comer juntos"
sólo para dicho es bueno;
porque no sé cómo pueden
avenirse dos afectos
conformes al trato, estando
a la voluntad opuestos.
Con este pesar, por no
decir, con este despecho,
que a un ánimo generoso
nada ha de quitarle el serlo,
viví ocioso cortesano
de Milán, adonde, expuesto
a los desaires de pobre,
anduve siempre, os prometo,
vergonzoso, siempre triste,
melancólico y suspenso;
que no hay estado en el mundo
(perdonen cuantos nacieron
atareados a su afán)
peor que el de pobre soberbio;
hasta que, pensando un día
en qué pudiera ser medio
a mis tristezas, que fuera
lícito divertimiento,
vine a dar (fuese locura
o inclinación, que no quiero
poner en razón ideas
de un ocioso pensamiento,
que doméstico enemigo
alimentaba yo mesmo)
en que el vivir ignorado
sería el mejor acuerdo,
llevando mis vanidades
engañadas por diversos
rumbos; que necesidad
a solas tiene consuelo,
pero con testigos no.
Mas ¡qué recibido yerro,