Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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no sentir verla y sentir
ver que vean que la tengo!
Esta, pues, locura, dije
antes y a decirlo vuelvo
ahora, a ausentarme, Fabio,
me persuadió; a cuyo efecto
pedí licencia al cariño
que tuve a Lisarda un tiempo,
bien que a pesar del rencor
de su padre; porque siendo
en estos bandos de Italia
yo Gebelino y él Güelfo,
declarados enemigos
fuimos siempre. ¿Quién vio, cielos,
en la familia de una alma
vivir de puertas adentro
en un lecho y a una mesa
amor y aborrecimiento?
Deste, pues, ceño heredado,
en el litigado pleito
se vengó de mí, no como
debió un noble; pues habiendo
dejado en Milán su hija
al abrigo de unos deudos
que en esta ausencia han faltado,
por gozar no sé qué sueldos
del César, pasó a Alemania,
donde, a Serafina afecto
más que a mí, favoreció
su partido. Pero esto
no es del caso; y así vamos
a que, a ausentarme resuelto,
pedí licencia al cariño
que tuve. Advertid, os ruego,
pues hablo con vos, y no
puede Lisarda saberlo,
que deciros que le tuve
no es deciros que le tengo,
sin que por esto tampoco
penséis que el mudar de afecto
nace de aquella ojeriza.
Y así aquí la hoja doblemos;
que, para acudir a todo,
yo la desdoblaré presto.
Salí, Fabio, de Milán
solamente con intento
de complacer el capricho
de mis locos devaneos;
pero apenas vi las cuatro
cortes de nuestro emisferio,
a quien parece que miran
afables cuatro elementos
(pues Nápoles, toda halagos,
e[s] blanda región del viento;
toda montes Roma, es
de la tierra fértil centro;
toda mar Venecia, de agua
población; y toda fuego
Sicilia, abrasada esfera)
cuando los ojos volviendo
a mis sentimientos, vi
no enmendar mis sentimientos
la vaguedad de mi vida;
pues antes iban creciendo

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