Las tres justicias en una (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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Crióme sin algún maestro,
cuyo desorden me hizo
más libre de lo que fuera,
a tener mis desatinos
quien los corrigiera, puesto
que al más crüel, más esquivo
bruto tratable le hacen
o el halago o el castigo.
Apenas, pues, el discurso
me dio primeros avisos
de las luces racionales
cuando, viéndome tan mío,
di en acompañarme mal,
sin que supiesen reñirlo
ni de mi madre el amor
ni de mi padre el olvido.
Con estas licencias, pues,
desbocado mi albedrío
corrió sin rienda ni freno
la campaña de los vicios.
Mujeres y juegos fueron
los mejores ejercicios
de mi vida, sobre quien
creciendo iba el edificio
de mis años. Mirad vos
fábricas que en su principio
titubean, cuánto están
fáciles al precipicio.
Al cabo de muchos días,
que ya estaba yo perdido,
porque ya en mí habían ganado
las libertades dominio,
cayó en mi mala enseñanza
y sin ley ni tiempo quiso
tarde enderezar el tronco
que había dejado él mismo
sobre vicio en las raíces
nacer y crecer torcido.
Bien confieso que quisiera
yo agradarle; mas si os digo
la verdad, nunca acerté
a hacer cosa que él me dijo.
Tolerándonos, en fin,
el uno al otro, vivimos
siempre opuestos, siendo siempre
los dos eterno martirio
de mi madre, que hasta hoy
vive el corazón partido
en dos mitades, teniendo
con él una, otra conmigo;
tanto que, si alguna noche
disfrazado a verla he ido
--porque no tienen sus penas
ni mis penas otro alivio--
ha sido dándome llave
para entrar tan escondido
que mi padre no me sienta.
¿Quién en el mundo habrá visto
que el digno amor de una madre
y de un hijo el amor digno
hayan puesto a la virtud
la máscara del delito?
Y en fin, para que lleguemos
de una vez al más esquivo

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