Nadie fíe su secreto (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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mucho, y que no soy de aquéllos
que, por alabarse, venden
a pregones sus secretos;
que a saber en qué consiste
de una mujer la honra, creo
que hicieran sus mismas lenguas
mordazas de su silencio.
Discreto sois, en vos pongo
el alma misma, advirtiendo
que, a querer yo que supiera
Alejandro mis intentos,
pues dos recados trajisteis,
y a entrambos voy respondiendo,
aquesta respuesta os diera
en el recado primero.
Doña Ana de Castelví
--ya he dicho quién es, ya puedo
aun más allá del discurso
pasar encarecimientos--
es quien me tiene en su amor
de mí mismo tan ajeno
que no siento lo que digo,
aunque digo lo que siento.
No fue tanta mi tristeza
como mi divertimiento;
porque en su amor sólo vivo
y sólo en sus gustos pienso.
No diga que quiere bien
quien libre, alegre y contento
piensa o habla en otra cosa;
que amor es del alma dueño,
y yo, que de veras amo,
por pensar en sus extremos,
quisiera pasar a siglos
las breves horas del sueño.
Mucho he dicho y mucho callo,
y ahora sólo pretendo
que leáis este papel,
para obligaros de nuevo
a que sintáis mis pesares,
a que gocéis mis deseos,
a que celebréis mis glorias,
a que alabéis mis intentos,
y a que el secreto paséis
desde los labios al pecho;
que de la boca al oído
está a peligro un secreto.

ARIAS: Con causa contento os veo.
CÉSAR: Pues tomad, leed el papel;
veréis mi ventura en él.
ARIAS: Por vuestro gusto lo leo.
"Ya el confesarme querida
es empezar a querer;
que es favor en la mujer
el estar agradecida.
Mas no es favor lisonjero
lo temeroso que estás,
pues sabe el amor que, más
que tú me estimas, te quiero.
Si acaso, por encubrirlo

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