La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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del juicio de las alhajas,
porque a una voz solamente
viniesen todas!
MANUEL: Alumbra,
Cosme.
COSME: ¿Pues qué te sucede,
señor? ¿Has hallado acaso
allá dentro alguna gente?
MANUEL: Descubrí la cama, Cosme,
para acostarme, y halléme
debajo de la toalla
de la cama este billete
cerrado. Y ya el sobrescrito
me admira más.
COSME: ¿A quién viene?
MANUEL: A mí, mas el modo extraño.
COSME: ¿Cómo dice?
MANUEL: Me suspende.

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"Nadie me abra, porque soy
de don Manuel solamente."
COSME: Plega a Dios que no me creas
por fuerza. No le abras...¡tente!
...sin conjurarle primero.
MANUEL: Cosme, lo que me suspende
es la novedad no el miedo;
que quien admira no teme.

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"Con cuidado me tiene vuestra salud, como
a quien fue la causa de su riesgo. Y así
agradecida y lastimada os suplico me
aviséis de ella y os sirváis de mí; que para
lo uno y lo otro habrá ocasión, dejando la
respuesta donde hallasteis ésta, advertido
que el secreto importa porque el día que lo
sepa alguno de los amigos, perderé yo el
honor y la vida."

COSME: ¡Extraño caso!
MANUEL: ¿Que extraño?
COSME: ¿Eso no te admira?
MANUEL: No.
Antes con esto llegó
a mi vida el desengaño.
COSME: ¿Cómo?
MANUEL: Bien claro se ve,
que aquella dama tapada
que tan ciega y tan turbada
de don Luis huyendo fue
era su dama. Supuesto,
Cosme, que no puede ser,
si es soltero, su mujer
y dado por cierto esto,
¿qué dificultad tendrá
que en la casa de su amante
tenga ella mano bastante
para entrar?
COSME: Muy bien está
pensado; mas mi temor
pasa adelante. Confieso
que es su dama y el suceso
te doy por bueno, señor,

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