La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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de un huésped; que cada día
mis hermanos, a porfía,
se conjuran contra mí.
Pues cualquiera tiene aquí:
uno que pesar me dé
de don Manuel, ya se ve;
y de Beatriz, pues los cielos
me traen a casa mis celos
porque sin ellos no esté.
RODRIGO: Mira que don Manuel puede
oírte, que viene allí.

Sale don MANUEL


MANUEL: Sólo en el mundo por mí
tan gran prodigio sucede.
¿Qué haré, cielos, con que quede
desengañado y saber
de una vez si esta mujer
de don Luis dama ha sido?
¿O cómo mano ha tenido
y cautela para hacer

tantos engaños?
LUIS: ¿Señor
don Manuel?
MANUEL: ¿Señor don Luis?
LUIS: ¿De dónde bueno venís?
MANUEL: De palacio.
LUIS: Grande error
el mío fue en preguntar,
a quien pretensiones tiene,
dónde va ni dónde viene
porque es fuerza que ha de dar
cualquiera línea en palacio
como centro de su esfera.
MANUEL: Si solo a palacio fuera,
estuviera más de espacio
pero mi afán inmortal
mayor término ha pedido.
Su majestad ha salido
esta tarde al Escorial
y en fuerza esta noche ir
con mis despachos allá;
que de importancia será.
LUIS: Si ayudaros a servir
puedo en algo, ya sabéis
que soy en cualquier suceso
vuestro.
MANUEL: Las manos os beso
por la merced que me hacéis.
LUIS: Ved que no es lisonja esto.
MANUEL: Ya veo, que es voluntad
de mi aumento.
LUIS: Así es verdad.
(porque negocies más presto.) Aparte
MANUEL: Pero a un galán cortesano
tanto como vos, no es justo
divertirle de su gusto
porque yo tengo por llano
que estaréis entretenido
y gran desacuerdo fuera
que ausentaros pretendiera.
LUIS: Aunque hubiérades oído
lo que con Rodrigo hablaba,
no respondierais así.

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