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un lugar; y apenas hube
entrado con él, y el barco
de los dos el peso sufre
(que el barquero aún no había entrado),
cuando al cabo, a quien le pudren
las mismas aguas del mar,
falta, porque le recude
una onda reciamente,
a cuyo golpe no pude
resistir, aunque tomé
los remos. Al fin no tuve
fuerza, y los dos en el barco
entrando por las azules
ondas del mar, padecimos
mil saladas inquietudes.
Ya de los montes de agua
ocupé las altas cumbres,
ya en bóveda de zafir
sepulcro en sus arcos tuve;
al fin guiado a esta parte,
a vista ya de las luces
de tierra, chocando el barco,
de arena y agua se cubre.
El gallardo caballero,
a quien yo librar no pude,
por apartarnos la fuerza
del golpe, sin que se ayude
a sí mismo, se rindió
al mar, donde le sepulte
su olvido.
DOÑA LEONOR. ¡Ay de mí ! (Cae desmayada.)
DONLOPE. ¡Leonor,
mi bien, mi esposa, no turbes
tu hermosura! ¡Ay cielo mío!
Un hielo manso discurre
por el cristal de sus manos.
¡Ay, don Juan!, la pesadumbre
de verme así, no fue mucho
que la rindiese: no sufren
corazones de mujer
que estas lástimas escuchen.
Llevadla al lecho los dos.
(Llévanla entre Don Juan y Sirena.)
Escena XVI
DON LOPE. ¡Qué bien en un hombre luce
que callando sus agravios,
aun las venganzas sepulte!
Desta suerte ha de vengarse
quien espera, calla y sufre.
Bien habemos aplicado,
honor, con cuerda esperanza,
disimulada venganza
a agravio disimulado.
¡Bien la ocasión advertí
cuando la cuerda corté,
cuando los remos tomé