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a todas horas, su espejo!
INÉS: ¿Cómo necio?
LEONOR: ¿No lo es
quien a gusto en un pesar
no sabe un consejo dar
a quien se le pide, Inés?
Pues si Beatriz le ha pedido
mil consejos cada día,
y a tan continua porfía
nunca a gusto ha respondido,
muy necio es.
INÉS: Ahora reparo
la causa.
LEONOR: ¿Cuál puede ser?
INÉS: No se deben de entender,
porque ella habla culto, él claro;
y así se están todo el día
porfiando los dos.
LEONOR: ¡Quién fuera
tan feliz que no tuviera
más cuidado! ¡Ay, Inés mía,
con cuánto temor estoy
de que aquestas melindrosa,
esta crítica enfadosa,
a mi padre cuente hoy
lo que anoche me escuchó
al balcón hablar!
INÉS: Supuesto
que haber salido hoy tan presto
mi señor de casa, dio
lugar para prevenir
el lance, y que no ha tenido
tiempo de haberlo sabido,
procuremos desmentir
su malicia con alguna
invención.
LEONOR: Ya he imaginado
y digo que no he hallado
a propósito ninguna,
porque ¿cómo la he de hallar,
si ella misma quién vio, fue,
a don Juan?
INÉS: Lo que se ve
es lo que se ha de negar,
con brío y con desenfado,
procurando deshacerlo;
lo que no llegan a verlo,
señor, se está negado.
LEONOR: El medio ¡ay de mí! mejor
que me ofrece el pensamiento
es, Inés, con rendimiento,
dueño hacerla de mi amor,
de mi empleo y mi esperanza,
pues es hacer en efeto
puerta de hierro a un secreto
el hacer de él confïanza.
INÉS: Y eso es lo que sucedió
a un galán que enamoraba
una dama donde estaba
un clérigo que los vio.
El clérigo no tenía
en materia del callar
buena fama en el lugar
y viendo el riesgo que había
de que a todos lo dijese,